El show de Luciano
El modo perverso en que las telecomunicaciones afectan a los más alejados de las urbes (lo que Umberto Eco llamó decodificación aberrante) es retratado con maestría en el nuevo film de Matteo Garrone (Gomorra), protagonizado por un colorido elenco napolitano. Cuando Luciano (el debutante Aniello Arena, un mix de Urdapilleta con Sylvester Stallone) no atiende su pescadería, en la bulliciosa feria del pueblo, es algo parecido a un artista del engaño: utiliza a jubiladas para comprar unos extraños robots que hacen pasta, y así después revenderlos (versión bizarra del truco porteño con autos para discapacitados), y se disfraza de travesti en fiestas y casamientos. En uno de estos últimos conoce a Enzo, celebrity del Grande Fratello (la versión italiana del Gran Hermano), y sus hijos lo animan para fotografiarse con la seudo estrella. Luego Enzo reaparece en un shopping de Nápoles, haciendo un casting para el programa; Luciano se prueba, gana la selección, y los días siguientes, previos a su viaje a Roma (donde se monta el show), serán un infierno tanto para él como para su familia. En un tono tragicómico, con una vena latina cercana a nuestras latitudes (hay una desazón que recuerda a Historias mínimas y El baño del Papa), pero con un grotesco decididamente felliniano, Reality es una crítica tan desaforada como sutil a la sociedad de consumo. Un detalle no menor: el final, que, vaya la paradoja, puede parecer inconcluso, es el único placebo posible para el delirio de Luciano. Imperdible.