Reality

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El fin del principio de realidad

Al director italiano Matteo Garrone se le debe destacar por su capacidad para construir complejos micro universos, orgánicos y llenos de matices por donde escudriñar la realidad de los personajes. Así lo hizo con su debut de El embalsamador (2002), comedia oscura y ácida que se viera en uno de los BAFICIs para luego estremecer con un retrato de la mafia napolitana, crudo y muy visceral, en el film Gomorra (2008).

Una rápida lectura de su nuevo opus Reality no puede más que acercarlo al homenaje de diferentes directores italianos como el gran Federico Fellini o Dino Risi, dos escuelas o estilos cinematográficos distintos para contar la realidad italiana desde la mirada aguda pero a la vez humana.

Sin embargo, el universo de Reality si bien guarda una importante vinculación con la idiosincrasia italiana y más precisamente la de una familia de clase media baja que habita un conventillo de Nápoles podría traspolarse a cualquier geografía, siempre que las condiciones, los conflictos entre pares, las metas, las ilusiones y desilusiones se parezcan o guarden estrechas similitudes, más allá de pequeñas diferencias culturales.

Así es como la globalización también muestra un costado poco visible y simpático, que obedece a los experimentos sociales proporcionados por los llamados realitys, cuya vedette más popular fronteras adentro y hacia afuera -no podiamos estar ausentes los argentinos- no es otra que Gran Hermano. Ese pequeño espacio artificial donde todo aquel que entra a la casa aparenta o actúa un personaje bajo una supuesta espontaneidad que en su existencia real no es y necesita de la mirada permanente de otros para creerse esa falsa identidad.

La inteligencia de Matteo Garrone fue el haber pensado la dinámica del reality no desde el fenómeno sino desde los efectos nocivos que puede generar en aquellos que no encajan con la estética televisiva propuesta. Hay millones de Lucianos por el mundo a la espera de una convocatoria para formar parte de ese seleccionado mediático, uniforme y bello y entonces salir de la ruina por creerse diferentes a los que los rodea.

En este caso, el protagonista del film es un padre de familia, napolitano, con hijos pequeños y una pescadería en el mercado del pueblo, que trata de sobrevivir además formando parte de una estafa que implica la utilización de unos beneficios de personas jubiladas con unos robots hogareños, los cuales revende valiéndose de la adjudicación del producto por el que paga mucho menos dinero. No obstante, la realidad de Luciano (Aniello Arena, el dato de color indica que es actor vocacional y que permanece en prisión donde participó de talleres de teatro) comienza a dar un giro de 180 grados cuando aparece la chance de un casting para preseleccionar candidatos al Gran Hermano italiano y tras pasar la primera prueba su esperanza de formar parte de los participantes, junto a todo el apoyo de su familia y de la comunidad, alimentan la ilusión de salir de la chatura para siempre. Pero en ese limbo que implica formar parte de algo más grande y que lo excede también se coquetea con el filo de la realidad para que surja primero una desconexión paulatina con el entorno; la paranoia de sentirse observado por extraños con el objetivo de investigar sus actitudes y conductas que lo llevan a tomar decisiones absurdas.

El grotesco que caracterizaba a Fellini, las influencias notables del neorrealismo italiano -Luciano parece haber sido rescatado de aquel periodo del cine italiano- y la dosis de comedia clásica italiana forman parte de la plataforma en la que Garrone se maneja para trazar con varios hilos finos la tragicomedia del hombre común en la Italia post Berlusconi, esa nación arrasada desde lo cultural por la impronta televisiva, mediocre y que fue perdiendo su identidad con los años transformándose en un gran decorado para no ver la mugre, la imperfección y todo aquello que provoca la marginalidad o la exclusión social.

La sintonía entre un reality, sus feligreses incondicionales alrededor del mundo, que observan pantallas sin cuestionar lo que ven, con fe ciega en lo que alli ocurre, entronca de manera perfecta con la crítica sutil a lo religioso y con la necesidad de creer en algo cuando en lo que menos se cree es en uno mismo. Si en Truman show el protagonista anhelaba la libertad fuera del mega estudio, el protagonista de Reality se encuentra en las antípodas porque su libertad es precisamente la que lo condena y lo somete al deseo de querer otra realidad y una falsa sensación de confort y bienestar.

Matteo Garrone no critica a la televisión ni a los realitys porque forman parte de un sistema indestructible en tanto y en cuanto existan personajes con ese grado de inocencia y vulnerabilidad, capaces de soñar con mundos de cartón pintado como el que aparece al comienzo de la película en una secuencia magistral sobre una boda en un hotel temático para presentar dentro de esa galaxia variopinta, con tíos obesos, otro en silla de ruedas y muchos colores, un planeta solitario llamado Luciano.