Zombies con pasajes de ida
Las expectativas para los fanáticos de Rec (que incluye a quien suscribe esta crítica) apuntaban a que se elevara la calidad de la saga luego de una segunda parte con excesivas explicaciones teológicas y una precuela de inmediato olvido. La imbatible Rec de 2007, con la camarita al hombro de Pablo, los zombies de pasillos y escaleras, los climas asfixiantes e insoportables y la seducción y posteriores miedos y gritos de Ángela Vidal (Manuela Velasco), la periodista televisiva nocturna, permitían albergar ciertas esperanzas sobre el fin de la saga creada por Jaume Balagueró (también director de un film interesante como Mientras duermes) y Paco Plaza, este último ahora sólo en el rol de productor ejecutivo.
Pero la frustración golpeó la puerta otra vez, las cámaras ágiles no están, los sustos se hicieron previsibles y el contagio por un virus fatal ya se parece al de otras películas con argumentos parecidos. Ahora la peste se aleja de la ciudad para ubicarse en un barco custodiado por científicos, patovicas de seguridad bien armados y algunos invitados ocasionales. La excusa es una boda adonde concurre Ángela sin saber que podría ser utilizada como experimento de laboratorio ya que se sospecha que algo extraño le quedó en el cuerpo luego de trances semejantes.
Algunas escenas de la primera parte recuerdan lo mejor que hizo el terror español en las últimas décadas, exhibidas por un looser experto en computación, personaje que levanta un tanto el nivel del film, quien admira con ingenuidad adolescente a la atribulada periodista.
La tripulación, que desconoce un destino fijo, poco a poco se irá convirtiendo en esos famélicos y violentos zombies, pero ya son demasiados, poco sorpresivos, sin la filosa ironía de antaño. Pero la zancadilla más importante al seguidor de la saga se relaciona a que las cámaras en mano desaparecen, el fuera de campo no existe y la trama se circunscribe a exhibir algunos sustos y litros y litros de hemoglobina por las instalaciones del barco. Sólo quedan Ángela y su musculosa salpicada de sangre para describir un apocalipsis del que se esperaba mucho más. Qué pena.