Desde el título y la primera escena con su paleta de colores pálidos, hay algo inquietante en Recetas para microondas de Matías Szulanski. Verónica Intile, la actriz principal, evoca de a ratos a la Tilda Swinton vampírica de Only Lovers Left Alive (Jim Jarmusch, 2013). A lo largo de la historia, toman vino-sangre con la mayor naturalidad, pero no hay más pistas que esta y el apetito sexual de la protagonista frente a la posibilidad de que estemos ante una película de vampiros. Y nada en la trama resolverá tal inquietud. Dependerá de cada espectador entender esta irresolución como un mero guiño o como una postura frontal hacia la incomodidad.
Recapitulemos un poco en los detalles de tal inquietud: Recetas para microondas trata sobre Graciela, sobre sus muy variopintos amantes que se untan con ella aloe vera en el rostro, sobre Luis (Fabián Arenillas), el hombre que violó a Graciela, y sobre Ramiro (Camila Saggio), el hijo hermafrodita que nació de esa violación. Puede cuestionarse esta selección de rarezas como un cúmulo demasiado evidente que desea atraer nuestra atención. Sin embargo, el ritmo del filme camufla estas excentricidades y las hace ver, al menos mientras transcurre con sospechosa parsimonia, como una historia ínfima de personajes que se resisten a encajar en la sociedad y tampoco les importa ser excluidos.
Desde el médico angoleño hasta el hombre que atiende el videoclub de VHS y pasando por el enano, los amantes de esta mujer dan cuenta de la inestabilidad que atraviesa y que no le importa superar ni siquiera por su hijo. El catálogo de amantes es una excusa para retratar la vida desequilibrada, llena de excusas para obtener dinero sin necesidad de trabajar.
Todo este panorama atraería más si ocurriera algo significativo en la vida tan descarrilada de Graciela. Lo único sorprendente, y que suma a las sospechas de que nos encontramos frente a un relato vampírico, no desata mayores cambios en el personaje ni en la trama. Incluso un monólogo final frente al padre de su hijo explica las decisiones de vida de Graciela, pero la respuesta indiferente de su violador es una prueba más de que no debemos tomarnos nada de esto demasiado en serio. La película pareciera sugerirnos que la mejor respuesta al drama no es el humor, sino la indiferencia.
Al final, este mundillo lánguido y curioso sirve como excusa para la actuación descarnada de Verónica Intile. El desparpajo en su manera de afrontar su vida, mintiendo descaradamente sobre préstamos que necesita para efectuarse abortos, siguiendo simples recetas de microondas como si se tratara de lecciones de vida, brinda una ligereza en su presencia que, al principio, desconcierta. Pero termina por esbozar en cámara lenta el descarrilamiento de un tren que desde el principio venía mal. Y la mirada indiferente de este desastre atrae con toques muy sutiles de humor. Nunca se regodea en su genialidad. No hay alarde en la calamidad, muchísimo menos victimización. Apenas hay un hallazgo de franqueza en el nimio gesto de vivir una vida sin pretensiones y con suficientes errores.