De narices y actuaciones
El género documental suele incurrir en el discurso ensayístico como forma y el trabajo del director Eduardo de la Serna escoge este camino. De estructura abierta y libre, sin un centro que sea determinante, son varias las líneas narrativas y expositivas que convergen en Reconstruyendo a Cyrano, aunque no todas tienen el mismo peso emotivo ni parecen compartir similar grado de relevancia. El punto de partida es seguir la resurrección de una obra de teatro del circuito independiente debido a que uno de los dos actores se baja del proyecto y este colapsa. Ese tipo de situaciones es lo que motiva al creador, Pablo Bontá, a expresarse con desilusión sobre lo ocurrido. Lo curioso es que lo dice mientras le cambia los pañales a su pequeña hija. Se trata del momento primigenio en el que De la Serna construye el lugar de enunciación de los personajes y del documental: no busca seducir con imágenes ni derrochar frases grandilocuentes. De allí que elija enmarcar los testimonios y los ensayos de los actores desde espacios totalmente cotidianos. Puede ser una cocina, un baño, un comedor, una terraza o un micro. Si como deja por sentado en un pasaje uno de los protagonistas cuando refiere que “ser actor independiente es un acto de fe”, entonces cualquier lugar es un escenario, incluso la vida misma en sus ratos familiares o en sus tiempos muertos. Vida y obra, vivir y actuar, aún en condiciones adversas, es parte del destino inevitable de aquellos que se consagran al arte por pasión y sin el apoyo correspondiente ni el estrellato garantizado. En este sentido, la película insiste en hacer escuchar frases como “es mucho más bello cuando es inútil” y hace justicia a la labor sacrificada de sus hacedores.
También hay otras líneas narrativas, algunas de ellas bastante simpáticas, que pueden tomarse como secuencias autónomas: mientras se producen los ensayos, hay obreros de la construcción en una vivienda aledaña que perturban con los ruidos; los actores van a preguntar hasta qué hora seguirán, incluso uno de ellos lo hace disfrazado de Cyrano. Habrá, incluso, lugar para disquisiciones sobre la nariz en el imaginario social. No obstante, la frescura de estos segmentos se contrapone a otras zonas más forzadas del documental, donde se actúa frente a la cámara para cumplir con ciertas exigencias dramáticas. El efecto parece desnaturalizar los testimonios y las escenas familiares, como si el director desconfiara del peso de los mismos. También resulta afectado un metatexto sobre la actuación que se escucha a través de la voz en off de Bontá. Se trata de una decisión que contrasta con la solemnidad evitada desde el primer plano de la película.
La secuencia final pone en evidencia el resultado. Los actores representan la obra, logran el objetivo. Si bien la intención es noble, el carácter extenso de la misma perjudica el tono general del documental. El montaje cinematográfico intenta captar la fuerza teatral de la puesta, pero es una cámara que registra sin alma, sin intervención, un resumen de la pieza. Tal vez, no sea un cierre apropiado pero no anula por ello la calidez lograda en otros pasajes.