Se va la enésima
En tiempos en que los contenidos y las películas atraviesan fronteras, tal vez más rápido que los propios protagonistas de las propuestas, siegue siendo curioso el fenómeno de Sin filtros (Chile, 2016) y sus múltiples versiones alrededor del mundo. Ahora es el turno de Perú con Gianella Neyra poniéndose Recontraloca (Perú, 2019) una copia sin gracia y con papel carbónico, de sus predecesoras.
Adriana (Neyra) es una mujer a la que el mundo le da vuelta la cara, su pareja no la escucha, el hijo de éste le falta el respeto, en el trabajo la quieren cambiar por una influencer, su jefe la subestima, su amiga no la escucha porque está obsesionada con un hombre, su vecino no la deja dormir por organizar fiestas ruidosas, su hermana está obsesionada con su gato, y tal vez el único que le presta algo de atención, su ex, está a punto de casarse con una mujer que la odia.
Cuando un día, “milagrosamente”, se da cuenta del mundo en el que vive, tras visitar a un chamán andino, decide enfrentar la vida cotidiana y sus relaciones de otra manera: “gritándole” en la cara a todos aquellos puntos que hasta el momento se había reservado para sí misma para cumplir al pie de la letra los mandatos que la sociedad patriarcal le había impuesto.
Tal vez algún espectador desprevenido, sin saber nada de nada de la original y sus remakes, podría encontrar en Recontraloca un divertimento liviano para pasar un rato descubriendo, por primera vez, la estructura aceitada de un guion que utiliza el insulto, el grito y los golpes como manera de rebelarse ante el mundo, pero que cuando comienzan a correr los minutos, entenderá que en esa supuesta transgresión a lo establecido, en realidad, se termina por desarrollar una siniestra fábula sobre la opresión misógina en las sociedades capitalistas y el divertimento es en realidad una propaganda consumista plagada de estereotipos.
El único punto a favor que tiene esta versión es Gianella Neyra, actriz que con su oficio tiene a bien tomarse en serio un relato que ya no causa gracia, y que en la reiteración de versiones, en cada una de ellas, va perdiendo fuerza según el momento en el que le toca ingresar en la cadena de producción de las remakes.
Publicidades encubiertas, desafortunadas frases sobre la mujer, chistes machistas que trascienden el gag y una puesta televisiva que atrasa años, imposibilitan el visionado de una producción que supo ser la más taquillera en su país de origen cuando se estrenó pero que aquí, con una versión local protagonizada por Natalia Oreiro aún muy fresca, seguramente pasará al olvido.
Además, en esta oportunidad, el director Giovanni Ciccia (que además interpreta al ex del personaje protagónico) decide detenerse más de lo debido, en la primera parte del relato, en revelar las penurias que Adriana atraviesa, precipitando, innecesariamente, la “locura” del personaje hacia la finalización del metraje.
En tiempos de empoderamiento femenino, y búsqueda de igualdad de género, está claro que la original y todas las versiones de la propuesta, escritas y dirigidas por hombres, además, lejos están de presentarse como manifiestos que puedan acompañar el cambio de paradigma, al contrario, cada gag, cada broma, y cada insulto que el personaje central emite, no hacen otra cosa que resentir una propuesta de trazo grueso, que indigna, y que ya no logra, de manera alguna, generar risas en el público y empatía.