Película de estructura coral y espíritu generacional sobre tres parejas en crisis que comparten un fin de semana de campo. Bienvenidos a los 40.
Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) y Jazmín Stuart (Desmadre, Pistas para volver a casa) coescribieron y codirigieron esta tragicomedia coral de impronta generacional sobre las desventuras de tres parejas con hijos de muy distinta edad que conviven durante un fin de semana de verano en una quinta con piscina rodeada de campo y bosque.
Confesional e inevitablemente discursiva (uno podría pensar en ciertas películas de Olivier Assayas, Richard Linklater y Julie Delpy), Recreo surfea -por momentos con provocadora inteligencia, en otros demasiado cerca del lugar común- por los conflictos laborales, vocacionales, intelectuales, de pareja y de paternidad-maternidad de unos personajes que rondan los 40 y que, por lo tanto, se encuentran en pleno replanteo existencial en medio de secretos, mentiras, deseos no cumplidos, decepciones y frustraciones acumuladas.
La campaña de marketing del film los define así: Lupe (la propia Stuart) y Mariano (Juan Minujín) son “los padres primerizos” (llegan con un bebé a cuestas); Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) son “la pareja de la infancia” con trillizos, mientras que Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son “los anfitriones excéntricos” que tienen que lidiar con un conflictivo y al mismo tiempo querible hijo ya preadolescente (Agustín Bello Ghiorzi, toda una revelación).
Los protagonistas conversan, comen y beben mucho, fuman unos porros, bailan al ritmo de The Safety Dance, tienen sexo (y hablan sobre sus fantasías sexuales a-la-Dos más dos), se provocan, se ayudan, se pelean, viajan en globo, salen a cazar, se ocupan de sus hijos y fantasean con un futuro mejor (la nostalgia precoz y la insatisfacción generalizada son marcas de fábrica). Un poco esnobs y bastante cínicos, estos (ya no tan) jóvenes exponen cierta inseguridad, angustia, incomodidad, pero también esa complacencia y culpa tan burguesas (los varones le suman una inmadurez congénita).
La película -que fluye más cuando los directores apuestan al plano secuencia y al despliegue histriónico y la interacción más libre entre los intérpretes y no tanto cuando deciden filmar planos cortos y resolver todo en el montaje- aborda de manera tangencial cuestiones como las diferencias generacionales y las tensiones de clase (con la familia de los caseros). El resultado es bastante atractivo en varios pasajes, pero -por la categoría del elenco- deja la sensación de que podría haber sido también menos contenido y previsible, más contundente y audaz.