Recreo, de Hernán Guerschuny
Por Ricardo Ottone
Si tomáramos lo que sucede en las películas como una advertencia, procuraríamos evitarnos las celebraciones familiares y las reuniones de amigos. Es evidente que son una trampa. Lo que generalmente arranca como un encuentro festivo y lúdico suele terminar en el desborde emocional y la exhibición descarnada de trapitos al sol con consecuencias que varían de lo desagradable a lo catastrófico.
En el caso de Recreo se trata de tres amigos de la juventud, hoy cuarentones con mujeres e hijos, invitados por uno de ellos a pasar unos días en una casa de campo. Allí se juntan las tres parejas con prole infantil numerosa con la promesa de unos días de descanso, pileta, sol, comida y charla. Ese recreo que el título promete en medio de sus vidas de trabajo y obligaciones sociales. Así es como arranca por lo menos la experiencia. Risas, comentarios zumbones y chicanas amables con la intención de fondo de mostrar siempre una cara exitosa y superada. Pero las horas pasan y en la mesa la charla se relaja, el vino corre, las inhibiciones van cayendo y las lenguas se sueltan.
En Recreo no falta casi nada de lo que podemos esperar en estas reuniones que no salen tan bien como esperábamos: exhibición de deseos y frustraciones, vómitos de resentimientos largamente añejados, reproches de hechos supuestamente olvidados, acusaciones de falsedad y traición, rebeliones fallidas, violencia psicológica y de la otra. Esta exhibición de atrocidades, que están en el centro de la cuestión, es tolerable porque se alterna con momentos más luminosos o livianos. Los directores/guionistas Jazmín Stuart y Hernán Guerschuny dosifican los altos y bajos, los momentos de tensión y relajo, de fiesta y violencia, de drama y comedia.
En el medio también caen en algunos lugares comunes, especialmente el de la idealización de la niñez y adolescencia como un paraíso perdido de pureza y autenticidad que se resigna con la adultez. Lo verbaliza explícitamente el personaje de Jazmín Stuart pidiéndole al hijo adolescente de sus amigos que no crezca para no caer en ese universo de falsedades del que ahora ella ya no puede zafar. Al fin y al cabo, una actitud no muy diferente de la idealización infantil que los personajes de Juan Minujin y Martín Slipack hacen de su juventud como lugar de libertad y goce a recuperar como si esto fuera posible.
Si bien es cierto que los personajes se plantean como distintos, en realidad se parecen bastante: burgueses de buen pasar, un poco hipsters, preocupados por la imagen que proyectan, con ínfulas de superados pero listos a escandalizarse ante cualquier revelación medio subida de tono, Afortunadamente Stuart y Gershchuny hacen un retrato no unidimensional donde se los presenta con matices. Y si bien están ahí mostrando sus caras más desagradables en medio de la catarsis, no hay un ensañamiento con ellos. Se los muestra en sus luces y sombras, en su faceta más cretina como en la más vulnerable, haciendo que se pueda empatizar aun cuando también repelen.
Lo que muestra Recreo en su pretensión de retrato generacional no es nuevo. La crisis de la mediana edad, la insatisfacción cotidiana, la durabilidad de la amistad y el amor, la necesidad de mostrar siempre una fachada, la pregunta por el qué hubiera pasado si se hubiesen tomado otras decisiones. Así plantea de manera recargada y acumulativa pero entretenida y creíble temas comunes y reconocibles.
RECREO
Recreo. Argentina. 2018.
Dirección: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Intérpretes: Carla Peterson, Juan Minujín, Fernán Mirás, Jazmín Stuart, Martín Slipak, Pilar Gamboa. Guión: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Fotografía: Marcelo Lavintman. Edición: Agustín Rolandelli. Música: Juan Blas Caballero. Duración: 100 minutos.