Existencialismo para principiantes
Cuando en la primera escena de Recuérdame asesinan a una de las chicas de Los Goonies (la ya cuarentona Martha Plimpton) me llegó el primer presentimiento funesto sobre lo que vendría. Debo decir que me quedé corto. La película está diseñada para seguir explotando -mientras les dure el filón- a una figurita de moda entre las adolescentes, como es el inglés Robert Pattinson (sí, el insufrible vampiro Edward de la saga Crepúsculo). Lo indignante de estos melodramas románticos es que no se detienen ante nada (no existen aquí mayores escrúpulos éticos ni morales en el tratamiento de algunos temas delicados), con total de dejar a la platea femenina anegada en lágrimas. Se nota –y da vergüenza ajena que se note- que el desubicadísimo final fue lo primero en ser concebido, incluso antes que la línea argumental o los mismos personajes. La palabra manipulación cobra un nuevo sentido en este caradurísimo filme dirigido por el veterano realizador televisivo Allen Coulter (Los Soprano, Damages, Sex and the City, etc.) que hace aquí su tardío debut cinematográfico.
El guión de Will Fetters desarrolla su historia de amor con recursos trillados, diálogos presuntamente perspicaces, bastante existencialismo berreta (en la línea de Gente como uno) y una sobrecarga de conflictos en sus personajes principales que la tornan excesiva. El trabajo de Fetters podría servirle a un estudiante de cine que intente aprender sobre narrativa por la claridad de su trama y sub-tramas. Lo normal sería que las partes se interconecten de una manera más armónica y fluida, pero lo “normal” muta en otra cosa. Esto es lo que se denomina un guión de manual...
Cada personaje de Recuérdame cuenta con su drama personal y su correspondiente arco de transformación. El combo Motivación/Acción/Meta tan bien descripto por Linda Seger en sus libros de guión está potenciado como nunca. No existe la ambigüedad, todo es blanco o negro y los estereotipos arrasan con actores de probado oficio como Pierce Brosnan, Lena Olin o el pobre Chris Cooper (Oscar por El ladrón de orquídeas en 2003). Mejor parada sale la nena Ruby Jerins (encarna a la hermana del romántico y torturado héroe) y especialmente el comic relief que aporta Tate Ellington, que espeta sus textos con tanto lucimiento que se convierte en el mejor actor del drama por lejos. Por su parte Pattinson, si bien no deslumbra, sabe qué es lo que esperan de él sus fans (no por nada es uno de los productores ejecutivos) y castiga perfil de lo lindo. Su Tyler Hawkins mezcla violencia, culpa, dolor y melancolía en dosis parejas. Se trata de un primo menos pálido de Edward, seguramente más tolerable para quienes no comulguen en la misa crepuscular. La bella australiana Emilie de Ravin (la Claire de la serie Lost) no actúa mal pero hay un error de casting flagrante en la decisión de contratar a una mujer de casi treinta años para el rol de una chica que apenas ha dejado la adolescencia.
Revelar más detalles sobre la trama sería arruinarle las “sorpresas” a los interesados/as, por lo que sólo contaremos que Pattinson es el triste hijo de un millonario enemistado con Dios y el Diablo por la pérdida de un familiar muy cercano. Ally, por su parte, es una víctima más de la inseguridad que habita en las grandes urbes y está tan dañada como él. Simplificando un poco: son tal para cual. La relación de ambos con sus respectivos progenitores ocupa buena parte del metraje y justifica la presencia de Brosnan (el padre workaholic y ricachón de Tyler) y Cooper (como el taciturno policía que sobreprotege a Ally). El contexto histórico es la carta escondida en la manga de un libreto tramposo, solemne y viciado de inverosimilitudes varias. Emociones prefabricadas se liberan como endorfinas en el cuerpo y el alma de cientos de ninfas cachondas que, ululantes, manifiestan su amor incondicional por un símbolo (ese pseudo Adonis británico) que, no nos engañemos, es la nada misma...