Las heridas abiertas de la Shoá
No es tanto hacer leña del árbol caído como señalar una evidencia: lejos parece haber quedado el Atom Egoyan de Ararat, Exotica y El dulce porvenir, ese cineasta que solía hacer de la transparencia narrativa el punto de partida de complejas pinturas humanas, sociales y políticas. El director canadiense (nacido en Egipto) intenta en Recuerdos íntimos –a partir de un guión original de Benjamin August– rastrear las heridas todavía abiertas y sangrantes de la Shoá, a más de sesenta años del fin del reinado del nazismo. Planteado, estructurado y ejecutado como un thriller, el film parte de una premisa sencilla que no se asemeja tanto a un laberinto como a una línea recta con pequeños desvíos, jugando con las expectativas del espectador en cuanto el manejo del suspenso y las vueltas de tuerca. Nada, absolutamente nada de malo hay en ello, excepto que el inverosímil punto de partida, lo fabuloso de algunas de sus paradas y el absurdo de la estación terminal parecen darse de bruces contra los constantes intentos por crear un universo nítidamente realista y con graves aires de importancia.
Ejemplo de película sostenida en gran medida por la actuación de su protagonista, es Christopher Plummer quien lleva sobre sus hombros la cruz de hacer creíble la fábula y, en ese sentido, resulta el contrapeso ideal de un objeto que cree demasiado en su aparente ingenio. El veterano actor nacido en Toronto moldea un ser frágil pero decidido en Zev Guttman, un anciano con creciente demencia y tendencia a los olvidos. Luego de la muerte de su esposa y apoyado por otro sobreviviente de los campos de exterminio (Martin Landau, otra leyenda viva), Guttman decide abandonar el geriátrico donde reside e ir a la caza del blockführer que, en Auschwitz, acabó con la vida del resto de su familia, aparentemente radicado en América del Norte (Estados Unidos y Canadá), bajo pseudónimo, desde el fin de la Segunda Guerra. Que existan cuatro ciudadanos con ese nombre falso permite que el guión cruce al impensado vengador con un cuarteto de variopintos personajes, habilitadores de diversas situaciones que mezclan el suspenso, el golpe bajo y/o la sorpresa novelesca.
Más allá de ese “suspenso” que apenas si aplica las instrucciones del manual, una estratagema narrativa que brilla por su falta de sofisticación (el arma escondida, el riesgo de ser detenido por las autoridades, la posible pérdida de una carta que explica el pasado y ordena los pasos a seguir en el futuro inmediato, como en un día de la marmota dictado por el alzheimer), Remember muestra una de sus hilachas más groseras en el tercero de esos encuentros, con el hijo neonazi de uno de los sospechosos. El remate de esa extensa secuencia jugada al horror, manipuladora hasta el hartazgo, diseñada para la identificación maniquea del espectador, prepara el terreno para las sorpresas de la confrontación final, donde esa improbabilidad sostenida precariamente por la tozudez narrativa termina cayendo en el vacío del ridículo liso y llano. Cine contra fáctico: en otras manos menos reprimidas, no tan temerosas de cometer algún exceso formal o de resbalar, siquiera momentáneamente, en la parodia o la farsa, las campanas de Recuerdos secretos podrían haber doblado, paradójicamente, con mayor sinceridad.