El tema de la shoá estuvo, está y estará visitado en la historia del cine. Esta vez lo aborda el reconocido director canadiense Atom Egoyan. En clave de suspense elabora un relato donde un sobreviviente del nazismo (con alzheimer), internado en un geriátrico, decide ir en busca de quién mató a su familia en el campo de concentración donde estuvo preso. Recibirá la ayuda de su compañero (otro sobreviviente), quien a través de cartas lo guiará.
No es casual el alzheimer, ya que la construcción de la narración adopta la forma de recordar de esta enfermedad. Recuerdos intermitentes, a medias o incompletos. Así vamos atando cabos hasta llegar a una resolución, con otra vuelta de tuerca (diría Henry James). Si bien el recurso funciona, el filme hace agua en otros detalles que completan al guión.
El delineado de los personajes, y ciertas decisiones formales a la hora de poner la cámara (una estética del orden televisivo a lo soup opera), son de una torpeza abrumadora. Basta con recordar secuencias como cuando el protagonista se enfrenta al hijo de un neonazi llevado al paroxismo de lo reaccionario(hasta su perro está entrenado para atacar a judíos); o cuando en una clínica se encuentra con otro sobreviviente, a punto de morir, que encima tiene el “estigma” de ser gay; y ni hablar del uso de los contraplanos en el anticlimático final. Situaciones tan subrayadas, tan sentimentalistas (del orden sensacionalista), que lindan directamente con el ridículo.
La bajada de lo políticamente correcto, y la sobreexplicación hastía y desapasiona. Hace que ese ingrediente del suspense pase a un segundo plano, se desvanezca. Me pregunto que pasó con ese Egoyan de ficciones sofisticadas e introspectivas. Lamentablemente Recuerdos Secretos no puede redimirse ni siquiera con las actuaciones de dos grandes como Christopher Plumer y Martín Landau.
Por María Paula Rios
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