La nueva película de Atom Egoyan revisa las memorias de los sobrevivientes del Holocausto.
Lento travelling hacia adelante para arrimarse a un hombre mayor que está durmiendo. Entre sueños, dice Ruth. La conciencia de vigilia adviene lentamente, también la conciencia de lo real en sí. El gesto es reconocible: mira a su alrededor y lo que ve no coincide del todo con lo que entiende. El plano siguiente sugiere que la mujer ha muerto. Apenas dos minutos después, la enfermera del lujoso geriátrico le confirmará a Zed (buen trabajo de Christopher Plummer) la muerte reciente de su esposa. En ese ademán de recomposición de los recuerdos reside el axioma general del film: los circuitos de la memoria están averiados y el desorden cognitivo es el problema. La primera respuesta será asequible y razonable: Zev padece de demencia.
Pero Recueros secretos no es un film sobre la decadencia biológica inevitable que propina el paso del tiempo en cualquier organismo, sino más bien un relato convencional acerca de una decadencia moral acontecida en el siglo pasado. Han pasado apenas unos 70 años del fin del Holocausto, y he aquí algunos de los últimos testigos de aquel acontecimiento ignominioso. Sobre ese doble movimiento de la memoria se construye el cuento moral de Atom Egoyan.
En cierto momento, el personaje interpretado por el magnífico Martin Landau alude al lema de Simon Wiesenthal, sobreviviente de tres campos de concentración: todo perpetrador nazi debería ser juzgado en un tribunal público. Tanto Zev como Max (Landau) desoyen aquel mandato, pues el plan (oficial) concebido por el segundo, que solamente puede respirar correctamente con la asistencia de un tubo de oxígeno, es que su único viejo amigo del campo y ahora compañero del establecimiento en el que viven salga en busca del nazi que mató a todos sus familiares y acabe con él. No tienen tiempo para llevarlo a un juicio. La justicia adquiere aquí su versión más primitiva: la venganza.
De ahí en adelante, el film seguirá el periplo de Zed rastreando al asesino. En Estados Unidos (como también en Canadá), los nazis –que no son pocos– conviven con los hijos de la democracia soñada por Jefferson, y dar con el asesino en cuestión no será sencillo. Los nombres falsos llevan a pistas indebidas. Regla general del caso: no todo es lo que parece; en Recuerdos secretos habrá sorpresas.
Egoyan, que nunca llegó a estar a la altura de lo que prometía en films como Calendar y en menor medida Exotica, cuenta aquí con dos actores principales soberbios, dos secundarios no menos conspicuos (Bruno Ganz y Jurgen Prochnow) y una historia interesante. Hay dos escenas notables; una, menor, en la que Zed interactúa con un niño en un viaje en tren; y otra más importante en la que se encuentra con el descendiente de un simpatizante de las SS. En esta última secuencia, la resolución se entrega indefectiblemente al sensacionalismo, pero hasta ese momento la aparición de lo ominoso se hace sentir gracias al sonido. El horror se manifiesta siempre si se lo induce a través del sonido.
Si bien Recuerdos secretos es lo mejor de Egoyan en años, de esa afirmación no se desprende que aquí contemos con un film descollante y, por su tema, ineludible. El didactismo afectado del guión y las decisiones blandas de puesta en escena para explicarlo todo fatigan la ambigüedad implícita de la trama y los esfuerzos de los intérpretes por sostenerla.