Un duro de matar
Red 2 (2013) se encarga de ampliar las fronteras del hábitat frenético que contuvo a los personajes de su primera parte. “Pero no restaba mucho por explorar”, objetará algún espectador perspicaz y tendría razón. Otro afirmará que su concepto es bastante básico. Y es verdad. Pero al planeta Red no le importa y explora igual, con ojos vendados. A las piñas. Tiros. Culatazos. Patadas. Cabezazos. Escupitajos. Piñas. Tiros. Y patadas también, no se olviden de las patadas.
Frank Moses (Bruce Willis) peleó, mato, eludió y sobrevivió a una caza despiadada ordenada por sus viejos empleadores. Luego se asentó, se casó con la única mujer que amó, subió un poco de peso y perdió un poco de pelo. Dejó de pelear, matar y eludir. Pero ahora sus viejos empleadores fueron sustituidos por un grupo nuevo, aún más despiadado y comprometido en su convicción de erradicar todo cabo suelto de un pasado incriminatorio. Frank entonces vuelve a participar de un juego que, comprende, nunca debería haber abandonado.
Red 2, al igual que su antecesora aunque con una sensación de triunfo más consistente, ataca desde dos frentes simultáneos e indisociables. Uno lo compone la acción, el otro la comedia. Encabezando esas dos columnas cimientales distinguimos nítidamente a Bruce Willis, director de una orquesta de explosiones, balaceras, persecuciones y muertes sigilosas mientras que John Malkovich, alternándose con precisión entre Mary-Louise Parker y las simpáticas irrupciones del elenco de actores secundarios perfectamente seleccionados, se ocupa de la esfera humorística con gran eficacia, revirtiendo el cuerpo fundamental de características que siempre delimitaron su physique du rôle. Esta película, en lugar de alcanzar su valor definitivo a través de una sucesión de pequeños logros, se alza desde un primer momento con uno global y suculento en donde deposita todos sus esfuerzos. La fusión de adrenalina y risa moldea este agradable híbrido que captura lo mejor de ambos mundos y escupe una experiencia deliberadamente absurda e inverosímil. No es significativa en ningún sentido. No esgrime ningún subtexto incisivo. Es un apotegma conciso. Una modesta declaración. ¿Entretiene? Mucho. Y extiende una invitación constante a la abstracción más placentera. Un capricho cinematográfico sin propósito que, de vez en cuando, entre Bergmans y Tarkovskys, hay que reconocer y consentir.
El prestigio investido al universo del comic alguien lo pudo haber predicho luego de su peregrinaje y consecuente masificación en el campo televisivo. Lo cierto es que la masificación llegó antes. Mucho antes. Algunos fanáticos tardíos, por ejemplo, adjudican la trivialización de personajes recientemente rescatados a los shows de TV que los expusieron por primera vez al mundo. El Batman de Adam West podría citarse como caso paradigmático, por su ridiculez circense e impostación irrisoria. Lo cierto es que el Batman gráfico, en su génesis, se definió de la misma manera. Villanos circunstanciales. Conflictos breves, resolución invariable. Historias redondas. Una inclinación fuerte hacia la acción. Al principio con una longitud de siete páginas. Después once. Así fue creciendo y así se permitió, progresivamente, el desarrollo de sus protagonistas. El camino de Red (2010) fue completamente inverso. Comenzó como una serie limitada de comics en septiembre del 2003. Más bien de carácter oscuro, con un planteo radicalmente opuesto al de las películas. Por ese motivo Red 2 apela a todo el mundo menos a los fanáticos. No sólo a los más puristas y obstinados. Cualquier persona que haya sucumbido ante los encantos de la pluma de Warren Ellis y los diseños de Cully Hammer encontrará vano cualquier intento de establecer una conexión con la obra original.
El gran acierto, entonces, de los guionistas encargados de las adaptaciones, fue despojar por completo de cualquier indicio de rigidez y solemnidad a la narrativa e identificar algunos rasgos que propiciaran la configuración de un producto fílmico exitoso. Arbitrario como muchos. Divertido como pocos. Así es Red 2. Superior a la primera. Con más acción y, por fortuna, sin tantas vueltas.