Facebook. De eso se trata. La red social virtual para que nosotros, los millones, usemos hasta que algún día volvamos y elijamos ser reales, menos "me gusta" y más tangibles. Pero sea como fuere, el punto es que David Fincher recogió el guante de un buen libro de investigación (y más de una conjetura) y lo transformó en una película que funciona a modo de biopic sobre el nerd multimillonario Mark Zuckerberg, creador, al menos formal, del portal que cuenta hoy con más de 400 millones de usuarios.
El director de Seven monta el relato sobre la base del conflicto judicial que mantuvo el joven estudiante de Harvard con cuatro de sus ex compañeros universitarios, tres de ellos presuntos hacedores de la idea original que dio lugar a Facebook (una red interna para Harvard, concebida con el fin de conocer chicas) y el otro, nada menos que su socio y co-fundador de la red que todos conocemos, despechado luego de una serie de desmanejos en la relación comercial. A partir de una reunión de conciliación, el relato se nos va presentando de a bloques, dinámicos, corrosivos, sobre una historia tan potente como cruzada por miserias y magullones.
Estamos ante un director que parece haber elegido la narración clásica, el guión sólido y los tiempos alejados del vértigo, al menos en lo formal Un David Fincher más cerca de Zodiac que de Fight Club, a la vez que, y se agradece, bien lejos del insufrible Benjamin Button.
El Zuckerberg que vemos en pantalla es un ser que aún no llegó a la mayoría de edad y parece perdido entre su inseguridad frente a las mujeres, sus evidentes problemas de socialización, y la que parece ser su única certeza: tiene una capacidad cerebral por encima del promedio y ese genio le permite llevarse por delante a cualquiera, al menos si se trata de jactancia intelectual, de ejercicio neuronal, más o menos masturbatorio según el caso. En ese sentido, el trabajo de Jesse Eisenberg es inmejorable, más allá de que a esta altura de su carrera la pregunta a responder es si podrá salir del encuadre de nerd, freak, geek en el que lo han encerrado los guionistas de Hollywood.
Pero si hay un acierto de cast en el elenco del film, ese es el haber optado por el chiste irónico y clickeado sobre el nombre de Justin Timberlake para jugar el rol de Sean Parker, creador de Napster y villano número uno de la industria de la música, aquí puesto en el centro de la escena en la que se conformó a Facebook como monstruo web; un personaje oscuro dentro de la historia, quizá con un perfil delineado por los odios que levantó entre discográficas y músicos cnservadores, quizá por haber interferido en la amistad de Zuckerberg y su socio.
En síntesis, Fincher lo hizo de nuevo; contó una historia al viejo estilo, planteó un puñado de personajes en conflicto, los enfrentó, mechó con algunos estiletazos personales aquí y allá, y entregó una película coyuntural y a la vez consistente, con perfil de convertirse en uno de esos títulos clásicos para quien pone la firma en la ficha técnica. Y además, sobre todo, nos hace olvidar ese mal trago con Brad Pitt y el Oscar al photoshop.