Conexiones con un espíritu de época
Conocida como “la película de Facebook”, no es una película “sobre” Facebook. Tampoco una biopic sobre el inventor de la red, Mark Zuckerberg. Sí es la certera y divertida pintura de un universo con reglas y escala social propias.
Dos escenas sintéticas enmarcan el universo de Red social: la secuencia de apertura, en la cual un joven y su novia rompen relaciones luego de una discusión, y el cierre del film, en el cual ese mismo joven –poco tiempo y millones de dólares más tarde– cliquea insistentemente la tecla F5 de su laptop esperando una respuesta que difícilmente llegue. El muchacho en cuestión se llama Mark Zuckerberg y es conocido en la era de la web 2.0 como el inventor de Facebook. Al finalizar esa secuencia seminal, punto de partida de una película ágil e incisiva, Mark será definido por su (desde ese preciso momento) ex como un “sorete”, tal vez la mejor aproximación al español rioplatense del término “asshole”. La inmediata humillación pública de la chica con las herramientas del blogueo, venganza en extremo canallesca, no hará más que confirmarlo.
David Fincher, quien afina la puntería luego del tropezón y caída llamado El curioso caso de Benjamin Button, encuadra y edita ese diálogo, sólo en apariencia relajado, como si viajara en el tiempo hacia el Hollywood clásico: alternancia de plano y contraplano del dúo con cada nueva devolución, diálogo velocísimo, cuidado extremo en las miradas y gestos. Si hasta parece un extracto de alguna screwball comedy de los años ’30. Claro que, a diferencia de lo que solía ocurrir en aquel estilo de comedia, aquí el joven nunca recuperará el amor de la mujer. Nunca jamás. Minutos más tarde, en elegante montaje paralelo, un grupo de estudiantes se divertirá en una de esas fiestas inolvidables pletóricas de alcohol, música y sexo, mientras Mark y sus compañeros pasan la noche frente a sus computadoras, poniendo online un juego que dilucide democráticamente cuál de sus compañeras está más fuerte. Verdadero signo de los tiempos.
Red social, conocida como “la película de Facebook”, no es una película sobre Facebook. O lo es sólo superficialmente. Es, sí, una película sobre un tipo que inventa una manera artificial de conectarse y hacer “amigos” en la web mientras se queda sin ninguno en la vida real. Es Charles Foster Kane, claro está, en versión minimalista y moderna, y es también metáfora de una manera novedosa de comunicación. También es la historia de alguien convencido hasta la terquedad de que cada una de sus acciones es correcta. En ese sentido, poco importa cuán cerca está la película de la historia real, como tampoco interesaba saberlo en Zodíaco, quizás la gran película en la filmografía de Fincher. Lo que importa es el espíritu de época, la cruzada de un personaje, el anhelo por lograr un objetivo más allá de su sentido o falta de él, la pintura de un universo con reglas y escala social propias. Algo comprendido cabalmente por el guionista Aaron Sorkin (creador de la serie The West Wing) al adaptar la novela de investigación The Accidental Billionaires –aún no editada en español– al hacer de los personajes mucho más que una imitación de sus pares en la realidad, seres con carne y espíritu propios. Red social, aunque lo parezca, no es una biopic.
Sin perder velocidad en momento alguno, con un destacable trabajo de montaje que transforma a las elipsis y los flashbacks en un homenaje al estilo más clásico de la narración cinematográfica, la película avanza sin demoras en la presentación de los puntos básicos de la historia. De cómo Mark, genio de Harvard de veinte abriles, geek y nerd empedernido, tiene una idea, que puede ser propia pero también un plagio. De cómo este joven introvertido pone online la primera versión de Facebook, en principio un circuito cerrado para interconectar estudiantes universitarios, con la ayuda económica de su amigo y socio Eduardo. Y de cómo esa sencilla creación se transforma en enorme fenómeno tecnológico, social y psicológico, además de un pingüe negocio para algunos de los involucrados.
Que el film se vertebre en gran medida alrededor de una reunión entre abogados, querellantes y querellado, de donde se irradian los recuerdos/pruebas legales, refleja no sólo una inteligente elección de estructura dramática sino que ilumina el costado empresarial y monetario de todo el asunto. En ese sentido, al dedicar una porción importante de su metraje a los tejes y manejes de acciones, flujos de dinero, inversiones y litigios legales, Red social resulta mucho más relevante –e irónicamente contemporánea– que la reciente Wall Street: El dinero nunca duerme.
El actor Jesse Eisenberg (Adventureland, Tierra de zombis) hace de Zuckerberg una figura alternativamente introvertida e intimidante, tímida y monstruosa, simpática y maquiavélica. Es precisamente su encuentro con un par, otro magnate de la era digital, el creador de Napster Sean Parker, el disparador de la traición y el fin del concepto de aventura empresarial encarada por un grupo de amigos. Justin Timberlake da con el tono preciso para interpretar a esta versión cinematográfica de Parker, personaje bigger than life y nuevo vértice de un triángulo que cataliza el éxito económico y el desastre humano. Allí descansa una de las ideas no muy ocultas de la película: detrás de los colores cool de las flamantes oficinas de Facebook, del imaginario joven y fresco de su arquitectura horizontal, de la fantasía de la conectividad permanente, se ocultan las viejas emociones de los celos, las envidias y los amores transformados en odios. Al fin y al cabo, como suele decirse, son los negocios, estúpido. Tal vez la mayor virtud de Red social sea decir esto –y algunas cosas más– sobre el estado de las relaciones humanas en el siglo XXI sin altisonancias y con un excelente sentido del humor.