Uno podría pensar que una película sobre Facebook sería aburrida. Después de todo, Facebook es en sí mismo una herramienta de comunicación. Pero no: el realizador David Fincher, especializado en personajes que aparecen fuera de su mundo y no logran comprender aquel en el que viven (desde los detectives y el asesino de Pecados Capitales, los obsesivos investigadores de esa joya que es Zodíaco o el inverso Benjamin Button) logra captar la esencia del surgimiento de la red: alguien que no puede comprender del todo la comunicación humana la reduce a su propio lenguaje –en este caso, la programación de computadoras–. Fincher tiene dos herramientas notables para que este cuento sobre el autismo y cómo salir (o no) de él se transforme en un relato que nunca deja de interesar: el guión de un especialista en lides judiciales y políticas, Aaron Sorkin (responsable del guión de la genial Cuestión de honor y de esa gran serie que fue The West Wing) y los actores Jesse Eisenberg (perfecto como Mark Zuckerberg, el fundador de la red, un tipo casi misterioso en su simpleza y ausencia de historia) y el secundario del gran Justin Timberlake. Aunque el diálogo es vibrante, casi una música llena de sentido (como las palabras en Facebook son en sí imágenes), Fincher utiliza un entramado clásico para crear ese clima de alienación que envuelve y refleja las emociones de los personajes. Hay pocos films que sintonizan de modo preciso con su propia época para trascenderla en algo eterno y universal como la soledad. Uno de esos films es La red social, título que se entiende como la trampa de un mundo virtual confortable que nos contiene, creado por y para el dinero.