Consciente de que los films que describen algún tipo de tecnología -más aún si es de índole informática-, suelen pasar rápidamente al olvido, el director David Fincher, respaldado por un sólido guión del cotizado Aaron Sorkin, concentra su relato en qué pasaba por la cabeza de los creadores de facebook, y no cómo el cyber-invento cambió al mundo posmoderno occidental. La decisión, por fortuna, resulta un hallazgo, y la dupla Fincher/Sorkin parte así de la base del libro "The Accidental Billonaires: The Founding of Facebook" de Ben Mezrich.
La historia, "apenas dramatizada", de acuerdo a los responsables del film (y para horror de Mark Zuckerberg, el creador de dicha red social), se concentra en los orígenes universitarios del proyecto devenido en emprendimiento multimillonario, y acusa sin condenar al autor intelectual de la idea, entre lo más suave, de haber robado el concepto a otros compañeritos de Harvard, y por otro lado más grave, de ser un misántropo nerd resentido, que creó un imperio para inicialmente vengarse así de su ex novia.
Sentada la base del conflicto, Zuckerberg (interpretado, suponemos que con gran observación, por el ascendente Jesse Eisenberg) expone su inseguridad y resentimiento al demostrarle a su novia cuánto necesita el reconocimiento de los demás. Casi sin quererlo, en el climax de su soberbia verborragia, le explica básicamente que él, con su futuro exitoso, "podría hacerle conocer gente que de otro modo jamás conocería". La chica, como era de esperarse, se despide de él para siempre. Zuckerberg queda solo, y no tardará en descubrir que el único amigo que tiene es Eduardo Severin (Andrew Garfield, la pronto nueva cara de Spider-Man). Ese mismo al cual, avanzada la película, descubriremos que ha traicionado, en hechos oscuros que lo sacan fuera del eje millonario de la empresa.
Así, el film comienza a revelar su estructura de flashbacks, a medida que, interrumpidos los mismos por escenas de la actualidad jurídica que retiene a Zuckerberg en un estudio de abogados donde se debate "quién se queda con qué" del negocio, la triste personalidad del personaje comienza a mostrar diversos matices. No hay maldad innata en Zuckerberg, pero sí una soberbia que no sabe cuándo detenerse. Esa soberbia lo lleva a ser una verdadera mente brillante de la programación, pero apenas un discapacitado para las relaciones sociales (valga la ironía).
Red Social cuenta "el lado oscuro de facebook", como lo han anunciado varios críticos, pero también se detiene, aunque siempre a través de sus personajes principales, en patrones recurrentes del ser humano: su codicia, ambición (no siempre monetaria), la venganza y la soledad en la sociedad posmoderna de la web 2.0. Fincher es un realizador hábil que, no obstante, después de Benjamin Button, parece haberse obsesionado con la idea de obtener una estatuilla de oro: si uno presta atención a los diálogos e intepretación, puede encontrar fácilmente los reconocibles "oscar clips" que utilizará la academia para nominar al film en diversos rubros. Esto no supone un pecado per se, pero torna demasiado pretenciosa una trama que busca ser "el ciudadano Kane del nuevo siglo", y reemplaza el trineo Rosebud por notebooks y reuniones de hackeo. Así, la película fascinará a muchos (especialmente a aquellos que sean partícipes de esta comunidad global en eterna expansión), y distraerá quizás a aquellos que, sin restarle importancia al fenómeno, encontrarán aquí apenas otra historia más de amor y desamor capitalista, con ecos de Los Piratas de Sillicon Valley, y personajes detestables con los cuales resulta muy dificil de empatizar. Al fin y al cabo, por más que en varios aspectos Red Social sea una propuesta más que interesante (el film entero se sostiene en base a sus diálogos), todo se reduce al botón de "me gusta/no me gusta", conforme a los tiempos virtuales que corren.