El cine y la velocidad
Los fines de semana suelen traer un tropel de estrenos cinematográficos a la ciudad, un número inabarcable de películas que por eso mismo, o por méritos propios, suelen irse de nuestras carteleras así como llegaron, sin pena ni gloria. Pero el último jueves, la avalancha prometía dos de los supuestos mejores filmes del año, según la crítica que los precedía: The Town (traducido horriblemente como Atracción peligrosa), segunda película como director de Ben Affleck, y Red Social, aquella obra de David Fincher que hundía sus garras en la génesis de Facebook, sin duda uno de los fenómenos de la década. Si algo tienen en común ambas películas es un cierto espíritu de época, una estética particular que se construye a partir de la velocidad del montaje, especie de ethos narrativo que se entiende sagrado en Hollywood, por más que la mayoría de las veces conspire contra la propia experiencia cinematográfica (y aquí, particularmente contra el clasicismo que ambas profesan). La forma cinematográfica condiciona el modo en que nos relacionamos con las imágenes, puede ayudar a liberarnos o todo lo contrario, ponernos límites y clausurar no sólo la reflexión, sino también el placer del espectador. Veamos.
Empecemos por la más sólida, The Town. Policial de aires clásicos, heredera del cine de Michael Mann y Clint Eastwood (y compañera generacional de James Gray), la película de Affleck es sin dudas uno de los mejores thrillers del año, lo que no significa que esté a la altura de las obras más logradas de sus referentes. Se trata sí de una película narrada con rigurosidad y oficio, capaz de recrear un universo social y cultural muy específico, y utilizarlo como motor esencial de sus protagonistas. Es, también, una tragedia de clase, una película de ladrones/obreros que se enfrentan a estructuras de poder siempre más fuertes con la ilusión de escapar de su pantano, un planteo clásico que no por eso pierde pertinencia. Dicho universo es el barrio de Charlestown (Boston, la ciudad de Affleck), verdadero protagonista del filme, que tiene el dudoso mérito de haber producido el mayor número de ladrones de bancos de Estados Unidos, según informa un texto inicial. La idea es pues revisar esa circunstancia a partir de una pequeña banda liderada por Doug McRay (el propio Affleck) y James Coughlin (Jeremy Renner), dos amigos de la infancia que trabajan para un mafioso local. Ya en las escenas de apertura se podrá apreciar su profesionalismo: junto a dos secuaces, ambos se encargarán de vaciar un banco en pleno mediodía, aunque las cosas no saldrán del todo bien pues deberán llevarse a un rehén en la escapatoria, Claire (Rebecca Hall), a quien luego liberarán. Como en toda tragedia, ése pequeño error bastará para complicar todo, pues a partir de allí su suerte irá en descenso: primero, Doug deberá acercarse a Claire para averiguar si sabe algo que los pueda incriminar y se terminará enamorando, mientras su amigo James irá enajenándose cada vez más en un círculo de violencia y resentimiento, volviéndose peligroso para Doug. La trama se completa con una tercera línea narrativa: la investigación policial del FBI liderada por Adam Frawley (Jon Hamm), un agente obsesivo que esconde cierto desquicio, y que irá cerrando la pesquisa en torno a nuestros protagonistas, confluyendo todo en un último robo de dimensiones épicas. Affleck es un director con oficio, que sabe manejar los tiempos narrativos y concentrar la tensión sin perder un gramo de interés: su filme es un crecimiento continuo del suspenso hasta del desenlace final. El segundo asalto es incluso un prodigio de la puesta en escena, pero su tendencia a fragmentar los planos (no hay ninguno que dure más de 30 segundos, y el promedio debe ser de cuatro segundos), se vuelve contraproducente (e incluso va en contra del espíritu comunitario de la película), y a fin de cuentas hace la diferencia para que la gran obra que se esconde en su seno nunca llegue a surgir, y se quede apenas en una buena película.
Tampoco hay planos de más de 30 segundos en Red Social, un filme bastante menor cuyo casi único mérito es constituirse en testimonio de una generación: la de los jóvenes digitales. Biopic heterogéneo sobre uno de los mitos vivientes de la cultura norteamericana, el joven creador de Facebook Mark Zuckerberg (JesseEisenberg), Red Social es una película que intenta abordar críticamente el estado de la juventud contemporánea pero termina sucumbiendo ante la admiración ingenua que provoca el mundo que aborda, por más que su tesis sea clara: junto al dinero y el poder vienen la soledad, en una época en la que la amistad se pierde en el vacío del mundo virtual. El trabajo con los diálogos parece el mayor logro formal: especie de screwballcomedy, Red Social irá girando hacia el drama íntimo de Zuckerberg a medida que crezca su invento, que progresivamente lo irá separando de sus afectos más genuinos. La moraleja quedará entonces servida.
Por Martín Ipa