Reemplazo incompleto

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

HAY QUE SACARSE DE ENCIMA A CHANTAL AKERMAN

Dentro del cine y otras artes, los nombres que sirven de marco de referencia para las obras pueden ser un provechoso trampolín creativo para construir lugares propios o una especie de prisión, una instancia de encorsetamiento que termina siendo un salvavidas de plomo. Hay que apelar a un delicado equilibrio para mantener una identidad propia y eso no es simple. Reemplazo incompleto no llega a dar en la tecla apropiada para sustentar rasgos propios.

La clave pasa quizás por el cartel con el que inicia la ópera prima de Matías Szulanski (coguionista de la interesante Su realidad), en el que se dedica la obra a Chantal Akerman, disculpándose por ofrecer algo que no está a la altura de la cineasta belga. Es que el film parece querer ponerse en un lugar de ruptura, de incomodidad y desestabilización para el espectador, contando una serie de conflictos de un hombre que va perdiendo los seres queridos que lo rodean a partir de una sucesión de planos fijos de rostros impertérritos, diálogos y una voz en off de tono monocorde que narra acciones y describe escenas, sin ningún tipo de construcción espacial más allá de los rostros. Pero esa instancia rupturista no termina de concretarse porque hay un ancla muy fuerte a la cual aferrarse, que es el nombre de Akerman: cada minuto del film parece estar hecho para que se lo piense y analice en función de la filmografía de esa realizadora. En cierto modo, no deja de ser fácil hacer una crítica sobre Reemplazo incompleto: se menciona a Akerman, se hace hincapié en Jeanne Dielman, 23, Quai de Commerce, 1080 Bruxelles -film suyo de 1976 que es la cima de ese estilo cadencioso, frío y distante para analizar y deconstruir una suma de ritos y rutinas- y se establece una comparación donde se tenga en cuenta que, obviamente, Szulanski no puede llegar de una a las alturas de Akerman.

Y esta facilidad la brinda la misma película, cuando su posicionamiento inicial la debería motivar a ir en un sentido contrario. Reemplazo incompleto no termina de sacudir las estructuras narrativas, no llega a irritar, incomodar o incluso polemizar, porque el espectador (o el crítico), ante cualquier duda, ante un momento de inestabilidad, ya sabe dónde acudir: a Chantal Akerman. De ahí que el film se encierre en sí mismo, limite su impacto y quede apenas como un experimento limitado en sus formas, sin llegar a respirar la libertad propuesta y necesaria.