La violencia de género según la mirada de Diego Lerman
De las cuatro películas argentinas que fueron alistadas para participar de las secciones oficiales del último Festival de Cannes, “Refugiado” fue, por decirlo de alguna manera, la que menos ruido provocó en la previa. No por esto es que sea menos importante que las otras tres. Tanto “Jauja”, “Relatos salvajes” como “El ardor” traían consigo una serie de detalles de producción que para el contexto del cine argentino hacían llamar aún más la atención.
“Refugiado” es la cuarta obra de Diego Lerman. Su ópera prima,”Tan de repente” (2002), es una de las películas insignia de la nueva generación de directores que arrancó con la renovación del cine argentino a fines de los ‘90 y principios del siglo XXI. “Tan de repente” es una realización valiosa que le sirvió a Lerman como el viaje iniciático de su carrera.
Y sí partimos hablando de viajes no es casualidad, ya que “Refugiado” es una forma de roadmovie. O, mejor dicho, es una producción de escape de una realidad, de una vida, de una desesperación. Porque en ella Lerman aborda el tema de la violencia de género y su inequívoco camino sin salida.
Básicamente narra cómo una madre intenta huir de la casa junto a su hijo, de unos siete años, tras una golpiza (como otras tantas) que le propinó su marido. Ella termina hospitalizada, para luego ser trasladada a un parador de mujeres en su misma situación.
En “Refugiado” hay algo muy "traperiano", y más exactamente de “Leonera” (2006), porque las escenas que se llevan a cabo en el hogar para mujeres con problemas de violencia de género tiene mucho de la cárcel en la que permanecía presa el personaje de Martina Gusmán. La rutina, la socialización dentro del centro, la compañía de su hijo, comparten con la película de Pablo Trapero esa mirada de encierro.
Una de las cosas que más sorprende de “Refugiado” es su estética y el cómo está narrada la historia. A pesar de encarar un tema muy delicado, tiene cero intenciones de ser lacrimógena. La cámara de Lerman que acompaña a la madre y a su hijo en ese escape, no se interpone ni tampoco los juzga. Sin embargo, la realización nunca pierde fuerza dramática provocando emociones genuinas.
Si tuviésemos que asociarla con un color, sería el gris. Porque todo se ve y se siente gris, como el cielo y esas tormentas que se avecinan, y esa Buenos Aires desteñida, manchada de óxido como síntoma de decadencia.
Además, otro acierto es el respeto que Lerman tiene por sus personajes, cosa rara en tiempos en que algunos directores son bastantes crueles con los personajes de sus propias películas.
Madre e hijo están en constante movimiento, no paran, y su manera de deambular tiene ecos de “Los 400 golpes” (1959), de François Truffaut. Esa incertidumbre y sensación de desasosiego agudo, flotan constantemente en la superficie de “Refugiado”.
Sin dudas, está realización marca un regreso fuerte de Lerman tras “La mirada invisible” (2010), devolviendo esa clase de películas que los críticos suelen exigirles a ciertos directores que no pueden repetir la calidad de alguna de sus obras por las cuales hayan sido reconocido. Por ejemplo, algunos le reclaman a Naomi Kawase otra “Shara” (2003)). Entonces a Lerman ya no se le va a pedir otra “Tan de repente”, pues a partir de ahora es el turno de "reclamarle" otra “Refugiado”.