Huyendo del tiempo perdido
Matías (Sebastián Molinaro) espera a que su mamá lo pase a buscar por una fiesta de cumpleaños. No llega. Los padres del cumpleañero deciden alcanzarlo hasta su casa. Matías sube las escaleras del edificio. La puerta de casa está abierta. Los vidrios están rotos. Su mamá Laura (Julieta Dìaz) yace en el piso, golpeada. Es el comienzo de una larga noche.
Madre e hijo son llevados a un refugio, el cual posee un deprimente parecido a la prisión para mujeres de Leonera (2008). Laura deja por escrito cómo su marido le atacó en un violento exabrupto. Posa para la cámara, exhibiendo sus hematomas. Y así empiezan una nueva vida en el refugio, aguardando el momento de tomar acción judicial. Excepto que Laura cunde en pánico al momento de hacer la denuncia, y se hace a la fuga con Matías.
Refugiado cuenta la historia de cómo madre e hijo viven esa fuga o “road movie urbana” como la ha descrito su director Diego Lerman. Acampan de hotel en hotel, de refugio en refugio. Lo obvio hubiera sido concentrarse en la perspectiva de la madre, pero la película se concentra principalmente en la mirada del niño, Matías. La cámara suele posicionarse a su altura y casi siempre nos quedamos con él cuando la dupla se separa, experimentando la ciclotimia emocional de un personaje que no entiende del todo lo que está ocurriendo a su alrededor.
El film se divide entre estos momentos de distensión infantil – los cuales están excelentemente logrados gracias a Molinaro y a una amiguita provisional– y secuencias bastante tensas en las que el padre puede o no andar cerca. La figura paterna/marital se construye en un portentoso fuera de campo, a través de llamadas telefónicas y breves apariciones fuera de foco. No necesita mayor presencia que el terror que ejerce sobre el personaje de Julieta Dìaz, y consiguientemente, el espectador.
Por su temática, Refugiado podría haber caído en el sensacionalismo, pero la película está escrita, dirigida y actuada con sobriedad. Mucho depende de Sebastián Molinaro en el papel de Matías. Su personaje sufre confusión, caprichos, déficit de atención y la ocasional epifanía de madurez. Es verosímil. Julieta Dìaz como la temerosa pero decida Laura es igual de efectiva. Y el final, a pesar de haber sido guionado durante el rodaje, lleva a ambos personajes a concluir un círculo narrativo hermético.