Enunciar, jamás denunciar. Para lo segundo está la prensa, la televisión, el espacio público y la comisaría; para lo primero, el cine. Un plano enuncia un instante; el conjunto de éstos, una experiencia. ¿Cómo filmar la violencia de género? Un cineasta debería abstenerse de ilustrar y de solamente sumar un filme pedagógico a una causa justa. Hay más para hacer, ya que el desafío es otro. El cine no es una tribuna.
La primera decisión de Diego Lerman pasa por filmar las secuelas de una paliza y el concomitante terror interiorizado de una mujer que tiene un hijo en edad escolar y un bebé en su vientre. Huir, esconderse, pensar, actuar. Ese es el movimiento psíquico de la protagonista. Al hombre que golpea prácticamente no se lo verá, excepto por su espalda en la escena de mayor tensión. Sobre él, apenas aprenderemos a reconocer su voz en el teléfono. Dejarlo en fuera de campo es una resolución estética comprensible, y también una justa forma política de mirar una experiencia.
Refugiado divide su esfuerzo narrativo en dos: por un lado, seguir al niño, acaso aterrorizado, aunque también valiente frente a la hostilidad del desorden familiar. La altura de cámara, frente a su presencia, será la de su mirada. Es él el refugiado, pero su condición de asilado no lo anula del todo. Una de las escenas más hermosas del filme tiene lugar en una institución en la que varias mujeres golpeadas y sus niños conviven mientras esperan una resolución de sus respectivos casos. Matías y una niña juegan, dibujan, putean. Los niños sufren, pero no son débiles.
Por otro lado, tenemos a la madre. En reiteradas ocasiones, la víctima y el victimario han constituido un pacto siniestro por el cual un golpe certero no es suficiente para capitular un vínculo. La película visibiliza el poder del sometimiento. Lo que se entrevé en todo momento en el personaje de Julieta Díaz, sin decirlo pero sí enseñándolo al detalle, es su contienda frente a aquello que la lleva a elegir el golpe y no la fuga. Refugiado no es otra cosa que un acompañamiento doble: tanto del aprendizaje del niño como del de la madre.
Lerman es un cineasta indefinido, al menos sus películas no se parecen entre sí, como si en cada proyecto el director comenzara desde cero buscando desmarcarse de su película anterior. La impredecible y vital Tan de repente poco tiene que ver con Mientras tanto, y menos todavía con su película conceptualmente más ambiciosa y política, La mirada invisible. Todas sus películas denotan una concepción de puesta en escena. Aquí los travellings, los encuadres precisos, ciertos movimientos de cámara permiten adivinar un pensamiento cinematográfico que articula una forma de entender la puesta en escena. ¿Qué tipo de cineasta es Lerman? Paradoja: con cuatro películas a sus espaldas la respuesta es misteriosamente imposible.
Refugiado es el filme de un hombre, y he aquí su sorpresa: a medida que avanza, discretamente, la película sugiere una difusa práctica solidaria entre mujeres, más allá de la pertenencia de clase y de la generación de la que son parte. En asuntos violentos como éstos, una misteriosa sociedad matriarcal surge del silencio y sostiene a las mujeres golpeadas. Si la víctima desobedece el pacto, allí están las mujeres, cuyo poder colectivo puede vencer la prepotencia del puño.