Quizás el primer film sobre el tema haya sido “Figlio mio, infinitamente caro”, de Valentino Orsini, 1985, con Ben Gazzara como el padre que quiere comprender al hijo toxicómano, y en ese intento lo acompaña hasta los infiernos (el hijo era un jovencísimo Sergio Rubini, hoy también director). Acercándose a la angustia y la dureza de aquel film, este año nos llegaron dos de Estados Unidos: el ya estrenado “Beautiful boy: siempre serás mi hijo”, de F. van Groeningen, basado en las memorias de David y Nic Sheff, padre e hijo en la vida real, y el que ahora vemos.
Si se quiere, es una historia navideña. Pero navideña de estos tiempos. Una señora, su hija adolescente, su segundo marido y las dos criaturas que tuvo con él se preparan para las fiestas. Sin que nadie lo invite ni lo espere, cae de visita el hijo mayor de esta mujer. Dice que le permitieron salir de la clínica donde se está desintoxicando, y espera reivindicarse un poco respecto a otras Navidades. La hermana y el padrastro sospechan lo peor. De a poco sabremos que él ha sido de lo peor, y que en el bajo ambiente la noticia de su reaparición está causando un malsano interés. La mascota de la familia puede ser la primera víctima. Cada miembro de la familia puede serlo. Sólo la madre le brinda apoyo al hijo, y se lo seguirá brindando, pase lo que pase. Este es un drama de sentimientos fuertes, con algo de cine policial en su parte última, como para reforzar el suspenso y la negrura de la historia. Vale la pena verla, porque está bien realizada, muy bien interpretada, y tiene mucho para decir.
Al frente, sacándose chispas, Julia Roberts y el promisorio Lucas Hedges. Guionista y director, Peter Hedges, hombre de buen oficio especializado en conflictos dentro del hogar, y padre del antedicho Lucas.