POR LOS BORDES AFECTIVOS
El nombre clave a tener en cuenta en Regresa a mí no es el de Julia Roberts, por más que sea la verdadera figura convocante. Es –en un punto lógicamente- el de Peter Hedges, realizador de La extraña vida de Timothy Green, Dani, un tipo de suerte y Fragmentos de Abril, además de guionista de Un gran chico y ¿A quién ama Gilbert Grape? Estamos hablando de un cineasta acostumbrado a construir dramas de crecimiento, muchas veces situados en franjas acotadas de tiempo y/o espacios, con situaciones que marcan un antes y un después para los protagonistas. Esas construcciones, donde lo afectivo y lo íntimo juegan roles decisivos, transitan desfiladeros estrechos, donde cualquier exceso puede llevar a que todo descarrile.
Regresa a mí no escapa a estos parámetros y en un punto se puede decir que es la película más arriesgada de Hedges, ya desde su mismo planteo: Ben (Lucas Hedges, hijo del director), un joven en rehabilitación por una adicción a las drogas, arriba de manera totalmente inesperada al hogar familiar, justo en la víspera de la Navidad, desatando toda una serie repercusiones con su regreso, que van escalando en dramatismo y afectan principalmente a su madre Holly (Roberts). Ese presente frenético –con apenas breves instantes de paz- está condicionado de manera constante por acciones y eventos pasados, ya que la adicción de Ben ha dejado un tendal de heridos y resentidos por el camino. Por eso el relato arranca como un drama de reconciliación materno-filial, pero luego va creciendo en tensión hasta fusionarse con el suspenso y el policial, alejándose de toda chance de comedia o aunque sea ligeros toques de humor, como en las anteriores películas del cineasta.
Si el film va acumulando cada vez más giros en la trama que lo acercan a lugares peligrosos desde la manipulación, nunca termina de descarrilar por completo, porque Hedges tiene bastante claro cuáles son los límites para no afectar la dignidad de los personajes. En Regresa a mí hay muchas secuencias que un cineasta como Iñárritu (o el Cuarón de Roma) hubiera convertido en un concierto de miserabilismo, pero que no salen de lo angustiante y opresivo, a partir de decisiones plenamente conscientes de dónde pasar a otra secuencia o cambiar el plano. El otro aspecto es el desempeño actoral: lo de Roberts es pura sabiduría, ya que nunca cede a la tentación de convertir todo en un festival lacrimógeno; y si lo de Lucas Hedges puede parecer un tanto inexpresivo, en un punto funciona para manifestar la procesión por dentro que lleva adelante su personaje, esa culpa constante que lo carcome y que conduce a que cada acto con el cual intenta redimirse no sea más que una prolongación de su hundimiento personal y moral.
El plano final de Regresa a mí resume sus dificultades, pero también sus méritos: el exceso melodramático pone a los protagonistas en un lugar definitivamente problemático, que amenaza con culminar en un enorme golpe bajo, pero la secuencia se corta en el momento justo, cerrando con un plano realmente muy bueno. Si la historia se trata en buena medida de un intento de redención, la película en buena medida encuentra el instante preciso para escapar a las tentaciones manipuladoras y redimirse, quedando como un drama desparejo e imperfecto, pero aun así honesto.