Si el tango Volver –en especial los versos sobre el temido encuentro entre pasado y presente– constituye(n) el leitmotiv de Regreso a Coronel Vallejos, bien vale definir este documental de Carlos Castro como una aventura más osada que aquéllas imaginadas por H.G. Wells a fines del siglo XIX y Robert Zemeckis y Bob Gale a fines del XX. Es que la invitación vernácula a viajar entre dos tiempos –en este caso, el ayer y el hoy– también supone un traslado atípico entre dos pueblos –uno real y su recreación literaria– y el homenaje a un autor maldito.
General Villegas se llama la localidad bonaerense donde Manuel Puig nació y se crió hasta terminar la escuela primaria. Coronel Vallejos, aquélla donde el escritor ambientó sus dos primeras novelas, La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas. La distancia entre uno y otro pueblo depende del grado de distinción entre realidad y ficción: así de flexible es la dimensión por la que viajamos de la mano de Castro, de su co-guionista Gustavo Alonso, de la bibliotecaria Patricia Bargero y de otros vecinos villeguenses.
Puig también interviene en el documental, a partir de fragmentos de un programa de televisión que nunca se emitió. Apenas comienza el largometraje, lo vemos y oímos decir que “el paisaje de la Pampa, en realidad ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta la fantasía que quiere”. La declaración catódica parece adelantar la importancia que Castro le atribuye a la subjetividad de quienes emprenden o acompañan al regreso anunciado en el título del film.
El realizador convierte a Bargero, sobre todo la relación que esta bibliotecaria mantiene con (la obra de) Puig, en potente motor del vehículo que nos traslada de Coronel Vallejos a General Villegas y viceversa. Esta especialista es tan protagonista del documental como el escritor fallecido hace 28 años y como el pueblo que lo maldijo primero y reivindicó después.
Entre las virtudes de Regreso a Coronel Vallejos, sobresale la lograda personificación del pueblo a partir de los testimonios de un sacerdote católico, de un pastor evangélico, de un médico, de tres vecinas mayores sentadas ante una mesa de té. Los testimonios obtenidos son tan ricos como las verdades y no tanto que se esconden detrás de gestos y silencios.
Asimismo corresponde destacar el sentido homenaje a quienes cuidan nuestro patrimonio literario. Castro lo explicita antes mismo del comienzo de la película, con la dedicatoria a otra bibliotecaria villeguense –Susana Cañibano–, y hacia el final con las intervenciones del escritor e impulsor del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Mempo Giardinelli, y de Carlos Puig, hermano de Manuel y albacea de su obra.