Parte de la religión
Drama épico, romántico, basado en la novela de Evelyn Waugh.
Hay dos modos de ver, de disfrutar o no tanto, esta película: 1) Con la novela de Evelyn Waugh -Regreso a Brideshead, escrita en 1945- en la cabeza. O, también, con la miniserie que protagonizaron Jeremy Irons, Laurence Olivier y Claire Bloom en los '80, repuesta hace meses por la señal Europa Europa 2) Sin referencias previas: en este caso, el espectador gozará más de un drama épico, romántico, de época, en el que la religión juega un papel central en la Inglaterra de entreguerras.
El filme empieza con la cámara acompañando la nuca de Charles Ryder (Matthew Good), durante la Segunda Guerra, con la voz de este personaje -que dará el punto de vista de todo el filme- en off: la belleza de la prosa de Waugh se hace evidente y presagia una trama de desamor, desdicha, dilemas existenciales y, especialmente, culpa. La historia será narrada en tres "actos" que abarcarán diez años: una década que modificará para siempre la vida del protagonista y que marcará el declive de la aristocracia católica inglesa.
El Ryder más joven que aparece, el de los años '30, es un estudiante universitario de Historia: un muchacho de clase media, ateo, aspirante a artista, con un reprimido espíritu renacentista. Ahí, en Oxford, conoce a Sebastian (Ben Whishaw): joven gay, hedonista, bon vivant, sibarita, casi wildeano, que termina llevándolo a su hogar, la mansión Brideshead, palacio imponente en el que se combinan el goce profano de Sebastian y su hermana Julia (Hayley Thompson) con la opresiva, rígida, aristocrática moral católica de la madre de ambos, Lady Marchmain (infaltable, eficaz Emma Thompson). La que le dice a Charles: "La felicidad no tiene relevancia en esta vida".
Pronto empieza a conformarse un triángulo amoroso entre Charles, Sebastian y Julia. Un triángulo en el que se mezclan goces y represiones, excesos y trabas morales, libertades y deseos de posesión, mandatos religiosos maternos y la intención de salirse de ellos. Otro personaje que juega un rol importante, más por lo que representa que por los minutos en pantalla, es el agnóstico padre de los hermanos Flyte, que vive en Venecia con su amante italiana y tiene, como la ciudad, características de libertino. Su idea sobre la vida y sus cambios serán vitales en la resolución de Regreso...
Julian Jarrold, realizador de esta adaptación, se toma licencias respecto del original y no siempre logra traducir el espíritu de esta obra de Waugh, que combina dilemas morales íntimos con un fresco de época. El trabajo visual es, sí, impecable: la ambientación, la escenografía, la fotografía, ciertas puestas en escenas, la cámara deslizándose por el interior de la ornamentada mansión -que funciona como una gran alegoría- o por los paisajes británicos, venecianos y marroquíes, tres locaciones con sus cargas simbólicas.
Es una pena que, sobre todo en el tramo final, el filme caiga en retóricas y esquemas que lo debilitan, le quitan complejidad y lo dejan al borde de un culebrón que Waugh jamás escribió.