Elogio de la culpa
Basada en la novela de la escritora Evelyn Waugh, Regreso a la mansión Brideshead se instala dentro de lo que podría denominarse melodrama preciosista ambientado en un contexto aristocrático con un fuerte componente religioso detrás.
Si hay algo que determina la poca acción de cada uno de los personajes involucrados en la trama, que arranca a fines de la Segunda Guerra Mundial con los recuerdos de Charles Ryder (Mathew Goode) al regresar a la citada mansión del título, sin dudas es un elemento culpógeno donde la única redención posible sería la muerte.
A partir del racconto de sucesos que remontan al relato a la juventud del protagonista, el director Julian Jarrold construye una historia que abusa, en el peor sentido, del academicismo llevando a la película -sobre todo en la primera mitad- a un terreno de morosidad que apenas alcanza para conocer un poco mejor a los personajes y a sus conflictos. Esa lentitud se va disipando cuando surge la figura de Lady Marchmain (Emma Thompson), dueña de la mansión, que ejerce el control psicológico sobre sus dos hijos, Julia (Hayley Atwel) y Sebastian (Ben Whishaw) bajo la rectitud religiosa.
Por eso la llegada de Charles, un aspirante a pintor de clase media -oriundo de Paddington- que se gana inmediatamente el aprecio de Sebastian en la Universidad de Oxford, genera en la fría casona curiosidad y reparos, aunque sin poder negar cierta fascinación.
El contacto con los códigos estrictos de la aristocracia, sin embargo, no impide a Charles disfrutar de un mundo rico en lujos para el que sólo debe entregar su tiempo junto a Sebastian, quien no tarda en revelarle su tendencia homosexual, condición humillante para su madre que lo acepta como pecador sin otro remedio. A pesar de las insistentes miradas del muchacho, el pintor deseado ve con otros ojos a Julia y se enamora perdidamente de ella, pero su condición de ateo y pobre le impiden proponerle matrimonio.
Si bien pueden encontrarse en Sebastian una serie de elementos que lo aproximarían a la figura de Oscar Wilde, su personaje no representa otra cosa que el estereotipo del homosexual burgués y torturado, ya que carece de la inteligencia y el cinismo del famoso escritor inglés. Lo mismo ocurre con la abnegada Julia, quien no puede destruir los mandatos maternos ni las ataduras morales que no la dejan ser feliz.
A diferencia de Expiación, deseo y pecado, esta adaptación de otra novela exitosa se preocupa demasiado por mantener la forma, como podía ocurrir con algunos filmes de la dupla Merchant-Ivory: ricos en reconstrucción y valores artísticos pero vacíos en contenido y redundantes en ideas; productos estilizados, camuflados en la etiqueta de film serio, que no pasan de ser meros ejercicios de formalismo cinematográfico.