El Infierno no está encantador
Dos cuestiones explican lo inexplicable, es decir, el estreno de Regreso del Infierno. El primero es estrictamente coyuntural: el fin de año es una época históricamente de poco público en los cines, permitiéndole a las distribuidoras lanzar con buenas salidas aquellos films que en otros momentos no encontrarían semejantes posibilidades. El segundo es mucho más general, y está relacionado con la recurrencia con la que Hollywood exprime hasta la última gota de sus productos más allá de la pertinencia narrativa, algo que, en el género del terror, es aún mucho más viable dado el bajo costo de este tipo de producciones.
El pacto (2012) había clausurado todas las posibilidades de una secuela, pero los guionistas fuerzan al máximo los mecanismos escriturales (aunque en realidad tampoco tanto: el recurso del fantasmita es bastante trillado) para retorcer cualquier atisbo de lógica y, sí, finalmente tener una nueva película aquí rebautizada Regreso del Infierno. La cuestión comienza con June (Camilla Luddington), una limpiadora de escenas de crímenes (¿?) acechada por el fantasma del asesino en serie de la entrega previa, al tiempo que un agente del FBI empieza a sospechar del asunto.
Filmada con una desidia absoluta digna de la explotación del género post VHS de principios de los ’80 y actuada por un elenco completamente fuera de registro, Regreso del Infierno jamás logra un clima decente que avale la construcción de un mínimo suspenso, convirtiéndose entonces en una película de terror que genera cualquier cosa menos aquello que debería provocar.