Para los espectadores argentinos resultará curioso que con sólo unos seis meses de diferencia se estrene la segunda parte del “El pacto”. Sucede que la primera es de hace un par de años, pero las decisiones azarosas de la distribución hacen que esto sea posible. Este detalle sería de color sino fuera porque lo principal es preguntar si era necesaria una secuela. Cierto… La plata… Recaudó bien allá… Es “necesaria” entonces.
Será importante tener buena memoria en este caso porque “Regreso al infierno” (decidieron titularla así en lugar de “El pacto 2”) está muy aferrada a su antecesora en términos de la justificación de algunas acciones, es decir, si no vio la primera no será imposible de entender; sino imposible de creer.
Allá van entonces los directores Dallas Richard Hallam y Patrick Horvath, responsables de la paupérrima “Entrante” (2012), que por suerte no se estrenó por aquí, tratando de agregarle trama a lo que ya estaba recontra explicado y cerrado. Por si no lo recuerda, en la primera Annie (Caity Lotz) era convocada a su casa de la infancia por su hermana Nichole (Agnes Bruckner) a causa de la muerte de la madre. Nichole desaparecía en la oscuridad de un placard. También desaparecía una nena adoptada. En esta vivienda se iban manifestando fantasmas y hechos del pasado, incluyendo un tío que andaba molestando detrás de las paredes.
En esta segunda parte, nadie se molesta en explicar cuanto tiempo pasó luego de los hechos acaecidos. Lo bien que hacen porque donde el espectador tenga una calculadora a mano el error de los números no los dibuja ni el INDEC. De todos modos estamos aca para asustarnos, así que no nos fijemos en detalles.
June (Camila Luddington) se nos presenta como una señorita que se dedica a desembarrar los sesos de la pared de gente que se suicida o de escenas de crímenes una vez que la investigación terminó. Hasta un diente despega del empapelado de una pared, con empapelado que sigue siendo de tan mal gusto como en la primera. “¿Te lo vas a quedar?”, pregunta el encargado…
Repitiendo el dilema, el guión pronto se ocupa de que nuestra protagonista tenga que armar el rompecabezas del pasado para poder entender por qué las luces de su casa titilan, se apagan, algún objeto rebelde, sombras que se mueven como bailando breakdance, etc, etc. También están los ochenta violines para el “¡CHAN!” cuando alguno aparece por atrás, buhardillas oscuras y pasados más oscuros aún, para poder juntar a casi todo el elenco anterior que, amablemente y cada uno a su turno, nos cuentan lo sucedido en 2012 ahorrándole el trabajo a los quionistas. La solidaridad ante todo.
Desde la dirección se decide entregar pequeñas dosis de sobresaltos como para poder contar mejor la historia sin ir directo a los bifes. Se aprecia la actitud; pero lamentablemente la extensión se excede en tiempo soltándole la cuerda a la tensión dramática. Por cierto, la intervención de Patrick Fischler como el agente del FBI entrega lo más jugoso de un elenco que se esfuerza y acaso merecería mejor suerte con el próximo proyecto.