Una trama que naufraga entre el policial y el romance
Los sueños, las realidades y un álbum de figuras simbólicas fueron los temas y los personajes que, en mayor o menor medida, construyeron la filmografía de Eliseo Subiela. Rehén de ilusiones no escapa a estas preocupaciones del director y aquí centra su mirada en un novelista y profesor sesentón que, frente a su computadora, no logra dar con el ritmo que necesita para comenzar su próximo libro hasta que una de sus ex alumnas llega para confesarle que siempre estuvo enamorada de él, desde aquellos tiempos de facultad. Pablo había llevado hasta ese momento una existencia monótona, casi gris, pero la aparición de Laura cambia la vida de ese hombre, permitiéndole la ilusión de volver a su juventud. Hasta que un día la joven sufre un brote psicótico y se siente perseguida y amenazada no sólo por los militares de un cuartel vecino a su departamento, sino también por el portero del edificio en el que vive. Desde ese momento, Laura aparecerá y desaparecerá de la vida de Pablo, mientras que éste tratará de descubrir qué se esconde detrás de esas ausencias y presencias. Fue, sin duda, mucho lo que Subiela intentó con ese entramado por momentos reiterativo, casi siempre oscuro y a veces asociado al género policial.
Así, el film no termina nunca de definirse y va cayendo lentamente en múltiples lecturas que van desde el canto del cisne de un hombre maduro que le teme a la vejez hasta la reaparición de fantasmas del pasado que reaparecen no sólo para asustar sino también para tejer una realidad en la que sus dos personajes centrales se ven envueltos en una espiral que nunca llega a su fin.
Los protagonistas Daniel Fanego y Romina Richi tratan de hacer lo más creíbles posible estas idas y venidas de sus respectivos personajes, pero no era fácil para ellos salir indemnes de esa trama que, sin duda, se deja llevar por una pretensión que quizá no había previsto su realizador.