Una obra imperfecta
Pablo (Daniel Fanego) es un escritor famoso a quien vemos en la primera escena de la película acosado por una multitud de personajes imaginarios que pugnan por entrar en la novela que está por empezar a escribir. Esto es literal: Fanego sale del ascensor y lo siguen varias y diversas personas -un hombre con un tiro en la frente, una mujer con un arma en la mano y otros más- que se agolpan y le suplican a los gritos.
Eliseo Subiela parece empeñado en la literalidad de las metáforas. Por eso acá si Laura (Romina Richi) se empieza a volver loca y la voz en off dice: “Sus monstruos por fin se dejaban ver”, vemos a Richi rodeada de extras con máscaras bailando a su alrededor.
La historia es sencilla: un escritor empieza un romance con una ex alumna treinta años menor, que con el correr del tiempo empieza a obsesionarse con el cuartel militar que está frente a su departamento, obsesión que revela una relación tortuosa con su padre (Atilio Pozzobón), militar retirado.
La película pasa entonces del drama erótico al thriller político, pero mantiene siempre la solemnidad. La banda sonora de piano, violín y violonchelo, las actuaciones duras (se salva el oficio de Fanego), los parlamentos recitados, la voz en off pretendidamente profunda, contribuyen a ese tono general de gravedad que termina por agotar. Gravedad que no llega a ser aligerada por los escasos momentos de humor voluntario o involuntario.
Porque hay algo de humor involuntario. Cuando Laura se le aparece a Pablo mojada por la lluvia con una botella de champán, lo arrincona contra la puerta y él le pregunta “por qué me mirás así”, es imposible no recordar el legendario “qué pretende usted de mí” de Isabel Sarli. Pero más allá de todo, hay cierta coherencia en Subiela y es cierto que sabe filmar, que sabe generar climas con la cámara y con las luces. Lamentablemente todo ese talento y oficio se malgasta en un guión que no está a la altura.