Aquella vieja estética inalterable
No pasan más de quince minutos de película y el escritor y docente universitario Pablo Dafonte ya se bloqueó ante la hoja en blanco, se atribuló con el brainstorming de sus personajes ficticios corporizados en la puerta de su departamento, confesó con pompa trascendental que su peor temor es “a dejar de amar” y, por si fuera poco, se reencontró con una ex alumna que en su momento, diez años atrás, le tenía muchas ganas a su profe. Ese encuentro es el envión inicial para la tómbola de diálogos impostados, cursilerías travestidas de reflexiones existenciales, fantasías eróticas, fantasmitas parlanchines acosando a los torturados protagonistas, violines incidentales omniscientes y ex militares con pistola bajo el brazo que conforman Rehén de ilusiones. Se trata, claro está, de un Eliseo Subiela puro y duro. Con todo lo que eso implica.
Si hay algo que debe reconocérsele al director de El lado oscuro del corazón es que mantiene un estilo. Como si el Nuevo Cine Argentino fuera una entelequia, algo que jamás pasó aquí o en ningún lado, las formas y temáticas de sus películas son, con las variaciones indispensables de cada caso, inalterables. Se entiende, entonces, ese tono monocorde, impostado, casi como de recitación de un clásico en clase de teatro amateur, de un buen actor (ver ¡Atraco!, actualmente en cartel) como es Daniel Fanego, cuyo personaje cae rendido ante el aire tontuelo y calenturiento de Laura (Romina Richi, ex Ricci) luego de que ésta pergeñe una entrevista apócrifa con el único fin de volver a ver a su ex docente. A partir de ahí tendrán encuentros furtivos en el estudio del escritor. Encuentros inverosímiles no sólo por la iluminación blancuzca y anticuada que los baña, sino también por la falta de pasión, romanticismo o de mera calentura que moviliza a los protagonistas, combinación que genera un déficit de concordancia insalvable. Esto es: un tratamiento visual de aspiraciones románticas que sin embargo resulta desangelado y gélido, dando la sensación de que el sexo es un mero acto de procreación, más allá de que se lo practique mirándose a los ojos y llorando a moco tendido.
De allí en más vendrá la paranoia con los militares, referencias a los desaparecidos y Julio López, un padre sobreprotector con un pasado oculto que se ve venir a tres mil metros con vallas de distancia, figuraciones metafóricas-oníricas enmascaradas, infidelidades compartidas y, en medio de todo eso, un pobre hombre que todavía piensa que a su chica “puede salvarla con amor”. Un auténtico héroe subielesco.