Film inconsistente
Más allá de los gustos personales, el prolífico realizador argentino Eliseo Subiela ha desarrollado un cine con su impronta. Con recordados títulos como Hombre mirando al sudeste (1986), El lado oscuro del corazón (1992), Despabílate amor (1996), o la más reciente El resultado del amor (2007), su filmografía busca hilvanar lo generacional con un cine fuertemente poético y sugestivo en cuanto a las imágenes. Pero su último trabajo no consigue cohesionar estos rasgos de estilo y deambula entre el tedio y la inconsistencia dramática.
En Rehén de ilusiones (2009), Daniel Fanego interpreta a un prestigioso escritor y profesor universitario que un día es fotografiado para una nota periodística por Laura (Romina Richi), quien diez años atrás fue su alumna. Ella, obnubilada por su imagen, lo irá seduciendo hasta llegar a consumar su postergado deseo. La pareja vivirá un romance que él tendrá que mantener oculto por ser un hombre casado. Pero ese pequeño idilio cederá lentamente cuando Laura empiece a manifestar un comportamiento psicótico relacionado con los desaparecidos de la última dictadura militar.
Más allá del tratamiento que le da el film a la cuestión de los desaparecidos, sorprende la poca química que se produce en una pareja protagónica que debe batallar con diálogos demasiado literales. Por más que se trate de la historia de un escritor, algunos parlamentos abruman por su solemnidad y escaso vuelo creativo. En una secuencia el escritor revela su necesidad de “convertir a las mujeres en literatura”, tal vez como una modalidad para poseerlas. Algo similar ocurre en el cine de Subiela, que busca estilizar ciertos temas para elevarlos a la categoría de lo sagrado, pero olvida que cuenta con herramientas cinematográficas para lograr su propósito. De esta manera, recurre imágenes alegóricas poco estimulantes (la secuencia inicial, con los “fantasmas de la creación” hostigando al escritor), esquemas de plano y contraplano, o un encuadre de formato televisivo.
Laura poco a poco manifiesta su personalidad fragmentada, y en determinado momento cobra más protagonismo su padre, un personaje siniestro que tuvo un cargo en las fuerzas militares. El relato coquetea con el suspenso, pero todo queda allí. Frente a esta falta de consistencia narrativa, los escasos 80 minutos que dura el film se vuelven eternos.
Rehén de ilusiones, en su intención de mezclar una trama amorosa con el terrorismo de estado, no llega a los niveles de irritación de un film como Cómplices del Silencio (Stefano Incerti, 2010), tal vez porque se desarrolla en la contemporaneidad. Es entendible que el guión quiera asumir una relación con lo histórico menos tangible, más vinculada a la consciencia o su degradación. Pero si algo falta en la película es un in crescendo dramático: asistimos a los encuentros entre los amantes y la información que motivaría que la trama genere cierto grado de empatía llega toda junta y de forma arbitraria. Frente a casos como éste, es válido preguntarse cuán bueno es hablar de ciertos temas candentes por el mero hecho de ponerlos en vidriera, y no propiciar relatos interesantes en donde realmente valga la pena generar una dialéctica con el espectador.