Buenas ideas sin construcción de lazos
El último film de Subiela, con Daniel Fanego y Romina Ricci naufraga en la encarnación de los personajes.
Eliseo Subiela ha tenido desde siempre una importante relación con la literatura e incluso algunos de sus films parecieran tener más vocación literaria que cinematográfica. Quizás desde esa condición, su más emblemático trabajo sea Últimas imágenes del naufragio (1989), donde juega nada menos que con el uso de la palabra.
En Rehén de ilusiones, el director intenta meterse en la piel de un escritor, al que lo sorprende la aparición de una mujer misteriosa con un pasado por lo menos oscuro. En el inicio, Subiela aspira analizar por qué la gente escribe, pero ya se sabe, se escribe fundamentalmente para tener un lugar donde acomodar los fantasmas y las obsesiones, aunque hay otra razón, la locura, pero es un tanto más incómodo. Entonces, el relato se anima y prueba transitar ese desfiladero que separa la creación literaria de la alienación, pero con bastante poca suerte a la hora del equilibrio.
En la soledad del escritor, su estudio se llena de sus personajes que llegan a reclamarle mejor suerte en sus novelas, le colman las manos de peticiones, pero cuando quiere leerlas, todas están en blanco. Eso es la literatura: buenas ideas que exigen esfuerzo y talento para construir un todo. El film tiene buenas ideas, pero falla a la hora de construir los lazos, con personajes que no llegan a encarnarse y que repiten un parlamento que no sienten.
Un escritor aburrido cae en el juego perverso de una antigua discípula de una imprecisa carrera de Filosofía y Letras, obsesionada por él desde sus años de la universidad. La pasión se instala sin estaciones intermedias y de allí en más todo comienza a desdibujarse entre ficción y realidad, perdiéndose en los márgenes la historia, que ya corre desbocada, lo que da como resultado un film desprolijo, con un guión falto de relecturas. En suma, una película cargada que remite a un cine de otra época.