Lo nuevo de Subiela tiene buena trama y sorpresa final
Una historia pequeña va descubriendo sus complejidades en este nuevo relato de Eliseo Subiela, que en cierto aspecto bien puede asociarse a «Ultimas imágenes del naufragio». Ahora también, un escritor observa las evoluciones de una persona real, procura entenderla, se compromete afectivamente con ella, al tiempo que la va convirtiendo en personaje de su nuevo libro. También se trata de una mujer joven. Y él entiende, siguiendo lejana máxima atribuida a FrieDurrenmatt, que a las mujeres conviene amarlas y luego transformarlas en literatura lo antes posible. Pero algo sucede, la criatura arrastra al escritor y amenaza transformarlo en otra cosa poco conveniente.
«Algún personaje te está contagiando», le observa un amigo y da en el clavo. Puede que ella termine siendo una loca peligrosa, ¿podrá él darse cuenta a tiempo? Porque al comienzo, ah, es una loquita preciosa, una figurita que se aparece en su vida y en su estudio con una sonrisa, un extra brut y unas ganas de hacerle recuperar el entusiasmo sexual que el tipo sólo puede agradecerle a la vida y que la esposa no se entere. «No vi en ella rasgos que me hicieran suponer una seductora inteligencia», reflexiona el hombre. Cierto, cuando está vestida parece apenas una chica de su casa, que ni siquiera terminó los estudios y a los 35 todavía vive con los viejos.
Pero nadie es del todo como parece. Lo que en el primer encuentro suena como razonable precaución, después se revela como creciente persecuta. Un departamento para ella sola, un contrafrente justo con vista al patio de un cuartel, agrava las cosas. Dos escenas resultan significativas: la charla entre confesión y amenaza del padre de la chica con el escritor, y la provocación de ella contra un pequeño acto militar, que sólo provoca la risa de los uniformados, pero dispara posteriores miedos. Cuando el propio amante sospecha que él también está siendo observado, ya parece que hay algo cierto en lo que a ella le pasa, o que hay más de un loco por la calle.
A cierta altura, el cuento parece detenerse en una posible certeza: estamos frente a las fantasías de un escritor en su proceso creativo. Aflojamos la guardia, ya creemos saber de qué se trata todo esto. Y ahí es donde vienen la resolución y el remate, a golpearnos gustosamente. Nada es del todo como parece, y Subiela cultiva muy bien eso que él mismo llama «realismo sospechoso».
Buen argumento, de trámite breve y desarrollo calmo, salvo en las interesantes escenas íntimas de los protagonistas Daniel Fanego y
Romina Ricci, donde los suaves quejidos del sofá de cuero reemplazan los falsos gemidos que otro director hubiera puesto. Buenas participaciones de Atilio Pozzobón como suboficial retirado y padre de la chica que él mismo define como «una cruz», y de Mónica Gonzaga como una galerista de arte, apacible esposa del escritor (¿pero quién se va a meter con una chica teniendo a Mónica Gonzaga en su casa?). Y buena banda sonora, que incluye la entrañable y ya casi centenaria marcha de Pedro Maranesi «Avenida de las camelias», y una perturbadora cancioncita infantil, que contribuye al miedo final.
Postdata: una frase típica de Subiela puesta en boca del escritor: «La muerte también trabaja para la vida, aunque tenga tan mala prensa». Dicho sea de paso, esta película apenas tuvo prensa.