Reimon

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Das Film

Réimon (2014) comienza con un aviso (¿advertencia? ¿Descargo de responsabilidad?) que dice: “Esta película costó 34.000 dólares”. A continuación el texto describe en detalle cómo se consiguió el dinero y a lo largo de cuánto tiempo, en cuántas jornadas laborales y en cuántas horas se desarrolló cada fase de producción de la película.

¿Qué pretende el director Rodrigo Moreno con esto? Llamar la atención a las fuerzas productivas y las relaciones de producción detrás de la película, en un intento por posicionarse fuera del modo de producción capitalista, que según el materialismo histórico (ej. Marx), por definición busca esconder las fuerzas y relaciones que le constituyen. La película, pues, se declara inocente del tema que se dispone a tratar: la explotación “imperceptible” del trabajador.

Marcela Días interpreta a una mujer enigmáticamente llamada Réimon, quien viaja todos los días cuatro horas desde el conurbano bonaerense hasta la Capital Federal para trabajar de empleada doméstica en una casa de clase media-alta. Sus empleadores son cuatro jóvenes intelectuales salidos de la Escuela Jean-Luc Godard para Personajes: no poseen ni nombres ni relaciones ni personalidades definidas, y todo lo que hacen es turnarse leyendo en voz alta.

Lo que leen es El Capital de Karl Marx, y el chiste de la película es que estos jóvenes teóricos revolucionarios están tan concentrados en su lectura buscando sintetizar los ideales del marxismo que no reparan en lo mal que tratan a su empleada doméstica. El único verdadero marxista es la película (o Moreno, para el caso), que no solo pone en evidencia las largas horas de conmutación que Réimon sufre sin remuneración alguna, sino que pone en evidencia el modo de producción cinematográfico de entrada.

La idea detrás de este film-ensayo es loable, pero se construye entorno a algo tan obvio (la hipocresía de los teóricos en un plano pragmático) que resulta extraño que la película lo trate como una gran sorpresa al final. Y el planteo es tan elemental que la película no lo desarrolla, sino que lo reitera una y otra vez con prolongados planos que insisten tediosamente sobre la simbología detrás de tal o cual imagen. Las recalcadas imágenes de una jauría de perros bebiendo agua o un contraluz filtrado a través de una arboleda deben ser simbólicas, ¿pero de qué? ¿Dónde encajan en la dialéctica que se está intentando construir? Otras puestas en escena son más efectivas: por ejemplo, la mano de Réimon, limpiando una mesa abarrotada de objetos, los desplaza de un lado a otro sin atreverse a tocar el fajo de billetes que aparece en primer plano, prefiriendo dejar la suciedad debajo.

El planteo de Réimon no deja de ser interesante pero carece de profundidad en su desarrollo. A la espera de algo posterior, sólo queda la simple confirmación de todo lo que la película anuncia desde el comienzo.