En Réimon, la última película de Rodrigo Moreno, el director vuelve a posar su interés sobre el uso del tiempo, en este caso, el de Ramona, empleada doméstica.
A continuación, la escena más hermosa de la película. Ramona y su familia disfrutan de un asado. Su madre ha venido de visita desde Misiones. La cámara es testigo de ese momento: la musicalidad del lenguaje y los gestos de los comensales, como el espacio del encuentro, forman el auténtico mundo de la protagonista.
Lo que viene después es movimiento, o el propio tiempo destinado a traslados por parte de Ramona para ir a y volver de la Capital Federal durante su jornada de trabajo limpiando casas.
Réimon no es otra cosa que un filme sobre el tiempo no (re)cobrado, el fuera de campo del trabajo remunerado, es decir, la plusvalía.
Al director Rodrigo Moreno le interesó siempre el empleo del tiempo de los otros: un guardaespaldas cuya vida depende de los actos de otro (El custodio), un joven entregado al ocio tras una ruptura sentimental (Un mundo misterioso), y ahora el tiempo de Ramona, una empleada doméstica. La mirada en este caso es más compleja, pues delimita una pregunta: ¿cómo filma un director de cine a un personaje que no pertenece a su clase social?
De manera inesperada, una vez que todo parece circunscribirse a seguir sistemáticamente los desplazamientos de Ramona, Moreno introduce a los suyos, los dueños de los departamentos adonde va Ramona están vinculados a las ciencias sociales, lo que habilita un par de lecturas extensas de El Capital, sin que la letra leída ilustre el movimiento y el trabajo de Ramona.
Los dueños leen sobre la plusvalía, pero no necesariamente por eso la pueden detectar a su alrededor. Disyunción entre el saber y el ver. Los personajes conocen a Marx, pero el conocimiento no implica una modificación de su mirada, de lo que se predica no solamente el apodo de Ramona, sino también la inconsciencia ostensible respecto de la propia división del trabajo que despunta en el orden doméstico. La puesta en escena sugiere que Moreno sí reconoce el problema de sus representantes de clase sin dejar de ser él parte del mismo.
Los planos no son azarosos, tampoco la interacción entre los personajes.
No hay que olvidar que la falta de palabra y rabia son el correlato invertido del encanto y la elegancia de la protagonista. Réimon no propone por fuera de lo que muestra la reconciliación de clases y ninguna microutopía del encuentro entre los diferentes.
Casi sin proponérselo, esta nueva película de Rodrigo Moreno detecta una forma de enajenación en la que la adaptación (estética) acalla todo atisbo de surgimiento de una conciencia política en esa mujer hermosa que transita con un sombrero las calles de Buenos Aires. He aquí el límite estético de lo político.