DE PEONES A REINAS
Mientras la producción animada de Disney atraviesa un presente óptimo (Zootopía, Buscando a Dory y Moana en un mismo año es como demasiada demostración de talento), la compañía sigue explorando su territorio de personajes clásicos ahora trasladados del dibujo a la acción en vivo (Maléfica, La cenicienta, la próxima La bella y la bestia) y hasta se da el lujo de algunos films con espíritu arcaico y a contramano como la noblísima y bella Mi amigo el dragón, que tiene mucho del espíritu señero del tío Walt. A todo esto habría que sumarle sus positivas sociedades con Marvel y el universo Star Wars. Pero si todo esto no fuera suficiente, la maquinaria disneyana ha venido explorando en los últimos años una serie de películas que vendrían a ser como los hijos menores, y que son en definitiva las que mejor detentan el discurso histórico de la empresa: buenas intenciones, refuerzo de los valores tradicionales, una mirada recuperadora de la familia, y especialmente una reflexión sobre la integración y el acercamiento al otro. No casualmente, además, son películas que hacen hincapié en hechos reales y son cuentos de hadas que parten de la experiencia deportiva; se sabe, el deporte es una de las formas más populares de traducir dilemas existenciales y conflictos sociales o políticos. Hablamos de la simpática Un golpe de talento y la superior McFarland: sin límites, la primera ceñida al béisbol y la segunda al fútbol americano, dos deportes eminentemente yanquis. En este cuadro se agrega ahora Reina de Katwe, film que no ingresa de manera integrada, como bien corresponde a una actividad como el ajedrez que es y no es un deporte.
El film está basado en la experiencia real de Phiona Mutesi, una de las más jóvenes campeonas de ajedrez de la historia en Uganda y considerada actualmente como uno de los grandes talentos mundiales de la disciplina. Lo que relata el film, basado en la novela de Tim Crothers, es la juventud inmersa en la pobreza de la joven, y el progresivo descubrimiento por parte de Phiona del ajedrez, siempre de la mano de su mentor y tironeada por las necesidades de su madre. Está claro, Reina de Katwe es una película que potencia el mensaje esperanzador, y que incluso no elude las metáforas que el propio ajedrez presta: “me gusta este deporte porque el más chico se puede convertir en el más grande”, le dirá otra niña a Phiona cuando le explique de qué manera el peón, al llegar al final del tablero, puede convertirse en una reina. Reina de Katwe es, también, una de esas películas que nos llevan a la duda constante sobre cuánto de real es lo que se nos cuenta y de qué manera la aventura es puramente funcional para fortalecer un discurso y una mirada que expone el esfuerzo y la obstinación como forma casi excluyente de ascenso social. Son películas que piensan un mundo idealizado; uno puede asimilarlo o correrse.
Otro detalle de Reina de Katwe que convoca a la distancia es la mirada sobre lo diferente, que no se aleja de cierto pintoresquismo habitual en este tipo de producciones: si bien es una historia que escasamente se mueva de Uganda y con un reparto mayormente de intérpretes africanos o con orígenes africanos, se trata de un film que realza valores clásicamente norteamericanos, aunque también los podríamos señalar como occidentales. En todo caso, la presencia de la directora india Mira Nair permite un filtro y una depuración de todo excedente. Se nota mayormente este filtro en la forma en que la película mira la pobreza: si bien hay algo lavado en una película que no se asume como un documental y sí como un film familiar, no existe el regodeo ni la sordidez muchas veces aplicable a la idea de “miseria” que el cine quiere imprimir. Lo que se ve es el contexto ineludible en que esos personajes se forman, incluso hay apuntes más sutiles entre las diferencias de clases marcadas por comodidades tan básicas como una cama o, más terrible aún, la posibilidad de educarse.
Reina de Katwe tiene el valor de pensar al héroe individual, sin olvidar su contexto y el entramado social en el que se forma. Incluso, la historia aparta muchas veces el foco del personaje principal y centraliza su mirada tanto en la madre como en el tutor, con sus dudas y dilemas existenciales a cuesta. Son, todos, personajes que pueden fallar y que lo hacen. Pero Nair prefiere antes que reforzar el error, señalar el momento en que ese error es asimilado y usado como combustible para dar un paso adelante. Y el combustible es clave en una escena que genera un quiebre en el vínculo de esa hija talentosa y esa madre algo terca y arraigada a las tradiciones. Sin demasiado brillo, cayendo incluso en una gran cantidad de lugares comunes, Reina de Katwe es una película que, como sus personajes, logra superar sus propios demonios.