Es inevitable comparar “Relatos Iraníes” (Irán, 204) de la directora Rakhshan Bani-Etemad, con “Relatos Salvajes”, de quien, además de compartir “relatos” en el título que los distribuidores locales (hábilmente) decidieron colocarle, mantiene la idea de narrar situaciones cotidianas, en este caso del Irán profundo y que permiten construir un mapa sobre la verdadera realidad del país asiático.
Igualmente vale aclarar que, a diferencia de “Relatos Salvajes”, las historias que compondrán el filme de Bani-Etemad no serán estancas sin relación con la anterior (más allá de la temática), al contrario, una se irá hilvanando con otra a partir de cada protagonista de la historia anterior.
La anécdota de “Relatos Iraníes” arranca con un realizador que llega a Irán a filmar situaciones diarias que se escapan a las que el relato y la agenda de los medios de comunicación imponen. En su búsqueda particular comenzará a relacionarse con los lugareños y el primero de ellos es un taxista. Dialogan, filman, comparten cigarrillos, y así es como la directora introduce su periplo.
Al descender del vehículo Bani-Etemad comenzará la narración de los “Relatos…” para ir adentrándose en viviendas, en la calle, en rostros, en sensibilidades que permiten configurar un mapa de situaciones duras sobre el estado de la realidad del país.
El hambre, el desarraigo, los reclamos laborales, las costumbres que marcan límites y que innecesariamente también trabajan sobre los cuerpos y los sentimientos.
Porque lo que principalmente hará Bani-Etemad será una radiografía, rápida, dinámica, áspera, cruda, la cámara sucia y violenta que apunta sobre los personajes, seres dolorosos que deambulan en pasillos de ministerios, en negocios, en la calle, en las casas.
Una carta llega para desarmar una familia, una mujer, desaparecida hace años, sube a un taxi y es reconocida, un hombre mayor reclama el reintegro del pago extra por una intervención cubierta por la obra social, una mujer espera que alguien pueda darle una mano con una carta para poder hacer el reclamo de su pensión, son tan sólo algunos de los relatos de la película.
Una se sucede a otra, sin concesión, sin dar tregua ni respiro, sabiendo, claro está, que algunas calarán mucho más profundo que otras, pero que entre todas hacen un conjunto vívido de cómo se está en el Irán actual.
Si a la película le sobran algunos minutos, o al menos se tiene esa sensación, es porque quizás no se puede “superar” a la que anteriormente se relató. Como esa en la que un grupo de trabajadores quiere manifestarse, con todo el miedo de la situación, y se los detiene. Y justamente en este relato está el director inicial, el que llega a Irán para mostrar su realidad, quien vertiginosamente nos muestra, más allá del punto de vista de la directora y multiplicando su propuesta.
El elenco está a tono con la película, destacándose uno de los protagonistas Peyman Moaadi (“Una separación”, “Melbourne”, premiada en el 28 Festival de Mar Del Plata) y Golan Adineh, como esa mujer que reclama por lo suyo y por su hijo, injustamente detenido.
Una buena muestra de qué está pasando en Irán con el cine, más allá de aquella invasión que en los 90 de la mano de Abbas Kiarostami supo inundar nuestras pantallas.