Relatos vacíos
Con un elenco estelar que servirá para llevar público a las salas, el director apuesta a impactar al espectador con la exhibición de situaciones efectistas, y una violencia que cubre al filme como una delgada cáscara que al resquebrajarse deja al desnudo un guión vacío de ideas, y en general obvio. El trazo grueso se impone al momento de presentar a los personajes y no hay profundidad alguna en el planteo de los conflictos que se presentan con sobrada superficilidad.
Los seis episodios que forman esta película tienen a la venganza como denominador común, sentimiento que con mayor o menor presencia atraviesa el filme. El episodio prescindible es el primero, con Darío Grandinetti como protagonista. Un cuentito sin mayor valor, que apenas sirve para dejar en claro que hay producción y desear que lo que venga sea mejor. Y un poco mejora la cosa, gracias a algunas actuaciones como las de Julieta Zylberbeg, que junto a Rita Cortese llevan adelante el corto titulado "Las Ratas". Ambas trabajan en un bar de ruta; una atiende el salón, la otra cocina. Cierta noche llega un cliente que comparte un pasado en común con la camarera, y con él se despierta el deseo de hacer justicia y el de liberar tanto desprecio contenido. Luego es el turno de Sbaraglia en "El más fuerte", pequeña fábula sobre la violencia desatada desde la impunidad del que se cree poderoso, hasta que cae en la cuenta de que su poder depende de lo externo. Aquí Szifrón demuestra no tener el timing preciso para saber cuando es suficiente, especialmente en lo humorístico.
El espacio tribunero lo ocupa el episodio que tiene a Darín a la cabeza. Un ingeniero experto en explosivos, con poca paciencia para el trato burocrático, se siente víctima del sistema del control vehicular de la ciudad y por preferir discutir con los que le llevaron el auto con la grúa, se pierde el cumplaños de su hija. Impreciso y flojo de guión, este episodio privilegia el efecto populista antes que el desarrollo de sus personajes y la búsqueda de sus verdaderos conlictos.
Lo más destacable queda a cargo de Oscar Martínez, quien en "La Propuesta" se pone en la piel de un inescrupuloso padre de familia, millonario, que decide cubrir a su joven hijo, responsable de un accidente vehicular que dejó como saldo a una mujer embarazada muerta. Con la complicidad de su abogado, el atribulado padre propone que otro tome el lugar de su hijo a cambio de una importante suma de dinero. En esta ocasión, Szifrón evita el artilugio y se concentra en la historia, que es bien llevada, con matices y vueltas de tuerca que eriquecen el relato. Sin dudas, el mejor de los seis episodios.
Para el final, la histeria ataca y Erica Rivas es la encargada de encarnarla con suficiencia. Precipitado y lleno de clichés es este último episodio que en su decenlace desnuda lo débil de su armado.
En lo técnico, los efectos van desde lo más realista a lo más artificioso, en tanto el uso del doblaje en algunas escenas suma superficialidad. Escuchar la voz de un actor como si esuviera pegado al micrófono en un estudio, cuando lo vemos en una terraza al aire libre tomado a metros de distancia, ciertamente no ayuda. En lo actoral, hay escenas que tienen un nivel desparejo. Muchos roles secundarios están a cargo de actores publicitarios, poco naturales pero acordes a una puesta que por momentos se acerca más al mundo de la publicidad que al cine.
Cada relato merece quedar en algo más que una ocurencia. Pero ahí quedan, porque el director no quiso, no supo o no pudo poner el cuerpo e ir a fondo, involucrarse en el juego que él mismo propuso. En cambio, elige tomar distancia, como en un safari fotográfico, mostrar algo de la naturaleza humana de lejos, y dejarla ahí, como para que no moleste mucho. Después de todo Szifrón solo busca entretener, y para eso le da. Hasta ahí.