Nada más difícil que titular una obra. Esa dificultad radica, principalmente, en el peso que el título ejerce sobre la mirada del espectador. Un título es el último reducto en el que el autor puede siquiera intentar decidir sobre la experiencia. La obra no, a la obra dejala tranquila.
Y por eso creo que en “Relatos salvajes”, esta gran película, lo peor es el título. Bueno, no sólo el título, tal vez toda esa expectativa generada desde la maquinaria publicitaria y los escándalos con Mirtha hayan operado en el mismo sentido, afectando la experiencia de manera negativa. “Relatos salvajes”, el título, es una promesa que defrauda.
En esta película los personajes pueden ser salvajes, las situaciones, algunos escenarios, pueden ser salvajes, violentos, desbordados, pero definitivamente estos relatos no tienen nada de salvajes. En su forma de narrar (de relatar), Szifrón despliega un por demás virtuoso lenguaje clásico, un relojito de la pura acción canónica, un hermoso compendio de elecciones conservadoras. Pero eso no está para nada mal. Él es tan bueno en eso, es tan pero tan impresionantemente bueno en el uso de las herramientas que logra construir seis relatos redondísimos, balanceados en su acción, en su humor, en su despliegue visual. Todo perfecto. Ahora, lo perfecto suele encontrarse bien lejos de lo salvaje.
¿Y? ¿Qué me importa?
Hay que decirlo, Szifrón es un tipo talentoso. Nadie como él domina el difícil arte del relato clásico, nadie como él domina el árido territorio de la pura acción cinematográfica, nadie como él domina el contrapunto humorístico (bueno, algunos sí). Ahora, también hay que decirlo, hay cosas que Szifrón no domina. Sobre todo lo relativo al discurso, a los aspectos ideológicos de la obra. Así como él mismo “boqueó” desprolijamente en el almuerzo con Mirtha, Relatos salvajes parece sufrir de lo mismo. En lo discursivo, es un balbuceo peligrosamente ambiguo, incompleto, desprolijo.
Ahora, la verdad, ¿qué me importa el discurso? En serio lo digo, me entusiasman tanto las escenas de acción de Szifrón que, sentado en la butaca del cine, decidí suspender cualquier juicio ideológico. Y lo bien que hice, porque con esos seis magníficos relatos, lo pasé bomba. O mejor dicho… bombita!