Inquietante filme de Szifrón sobre la furia y la venganza
Tragicomedia feroz que en seis historias traza un dibujo demoledor sobre la violencia social y sobre la furia del hombre común, capaz de asomarse a los abismos más negros y llevar hasta la aniquilación una situación que empieza siendo incómoda y que al querer resolverla se transforma en un verdadero infierno. Salvo en el relato protagonizado por Oscar Martínez, en todos los demás el desarrollo apunta al crescendo dramático como formato narrativo: sucesos desgraciados que se van potenciando sin darse cuenta y que tienen al estallido final como desahogo inevitable y reparador. El filme presenta situaciones conocidas que invitan a soluciones simplificadas. No las trasciende, las expone y nos invita a identificarnos con personajes a los que primero comprendemos y después los vamos abandonando a su suerte. Szifrón cuenta lo que todos sabemos y acaso padecimos. No abre juicio ni va más allá, aunque deja en claro que la burocracia, la corrupción, la desigualdad y la injusticia se encargan de potenciar una realidad que invita a la desmesura. En todos los capítulos está la furia y, sobre todo, la venganza. Y en todos brilla su cine, preciso, intenso y demoledor. Hay buenos diálogos, buena música, buen elenco (brillan mucho Darín, Martínez, Núñez; brillan menos Dupláa y Rivas) y Szifrón se mueve con inspiración y soltura entre el humor negro, el suspenso, la tragedia y el thriller. Las historias juegan con el descontrol, pero desde sus bordes nos desafían: sus inquietantes relatos nos invitan a cada paso a confrontar con nuestra conciencia y nuestros límites. No son naturalmente violentos, son seres a quienes las circunstancias los va probando y deshumanizando. La espiral sinuosa de los relatos va arrancando cuotas de cordura a unos personajes que andan a los golpes entre injusticias, celos, maltrato, revelaciones y agravios. Todos suman, pero el capítulo de Martínez no sólo es el mejor armado, también es el único que se permite descubrir las diferentes lecturas que admite cada decisión y el único que advierte que la ambigüedad y el engaño alcanza a todos. Es desparejo, como cualquier filme en episodios, aunque todos interesan y ninguno desafina. El menos logrado quizá sea el último, el casamiento, comedia negra medio alargada, con excesos y desniveles actorales, aunque apela a una filosa mordacidad para decir que los fantasmas más destructivos no siempre están lejos, a veces prosperan mejor entre el amor y el hogar. “Relatos salvajes” está concebido desde lo políticamente correcto y es capaz de ir revelando las capas de culpas, corrupción, manipulación, mentiras y barbarie de una sociedad lista para explotar y tan dispuesta a la justicia por manos propia. Pero Szifrón nos avisa que los límites se cruzan fácilmente y que la violencia puede ser, al mismo tiempo, estímulo, pecado y tentación.