Obra plena de ideas, ingenio visual, intensidad y punzante humor negro
Dejemos las cosas en claro: “Relatos salvajes”, mal que les pese a algunos, es una película incapaz de pasar desapercibida, ya sea para el espectador menos cinéfilo o para el crítico más despistado.
La realización de Damián Szifrón resulta provocadora y audaz dentro de un panorama del cine argentino al que le cuesta mechar lo artístico con lo comercial. Juan José Campanella con “El secreto de sus ojos” (2009) y Fabián Bielinsky con “Nueve reinas” (2000) son dos buenos exponentes de los últimos 15 años que han logrado convocar masivamente al público argentino a través de obras artísticamente notables, y con el respaldo de una maquinaria marketinera bastante aceitada.
Si en ”Historias mínimas” (2002) Carlos Sorín se ocupaba de lo cotidiano de una manera voyeurista, y si en “Historias extraordinarias” (2008) Mariano Llinás arremetía con una maquinaria narrativa imparable, en “Relatos salvajes” Szifrón levanta la apuesta y mezcla lo cotidiano con una carga masiva de violencia a través de episodios llenos de ideas grandilocuentes y de impacto visual fascinante.
Sin dudas, “Relatos salvajes” viene a reconfirmar lo que ya sabíamos: Szifrón es un narrador nato (inclusive lo demostró en la conferencia de prensa que brindó en el Festival de Cannes). Se sabe que tiene un enorme control de los recursos cinematográficos. Es un metodista del cine, domina el lenguaje con mucha perfección (y exceso) demostrando ser un director muy cinéfilo. Él mismo, en aquella conferencia de prensa, confesó la importancia de nutrirse de otros directores a los que admira. Y en esa cocketelera se pueden encontrar marcas autorales de tipos como Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Robert Altman, Alfred Hitchcock e inclusive James Cameron, ya que en uno de los episodios (el más hilarante, el del casamiento) hay una escena releída de (la gran) “Titanic” (1997), pero con una mirada más corrosiva y menos naif que la de Cameron.
También es necesario remarcar que esa solidez narrativa que tiene “Relatos salvajes” está sustentada por las enormes actuaciones de un conjunto de actores de lujo. Porque, como todo buen equipo de fútbol, el plantel de “Relatos salvajes” está compuesto por un mix de actores jóvenes y otros más veteranos, y ese equilibrio generacional facilita los resultados. Pero claro, a ello podemos sumar la musicalización de Gustavo Santaolalla que por momentos resulta tan precisa que suma climas y sensaciones a lo que vemos en pantalla. Es que, tal como ha demostrado en su trabajo televisivo, Szifrón tiene un absoluto manejo y control de lo que hace.
De los 6 episodios ("Pesternak", "Las ratas", "El más fuerte", "Bombita", "La propuesta" y "Hasta que la muerte nos separe") que conforman “Relatos salvajes”, preferimos no adelantar nada en lo argumental. Sí, en cambio, adelantamos que estos pequeños relatos que no tienen ningún tipo de conexión narrativa, pero sí temática: son negros, negrísimos. Porque colocan a personas comunes y corrientes en situaciones, que por diferentes motivos, irán desatando una furia y una violencia incontenible con desenlaces que traspasan cualquier límite moral y ético.
Está claro que Szifrón, en estos nueve años sin estrenar ninguna película, fue al hueso de situaciones cotidianas y las convirtió en algo extraordinario jugando con la fantasía de volcar esas salvajes reacciones. Porque, al fin y al cabo, “Relatos salvajes” es eso: un tour de force, una catarsis y un grito aturdido sobre injusticias, instituciones burócratas y corruptas, entre otras cosas.
Y Szifrón, como buen animal de cine qué es (por algo en la secuencia de títulos intercala los nombres de los créditos de la película con fotos de animales hóstiles y para sí mismo eligió un zorro...), juega con su chiche preferido (el cine) para reflejar esa violencia incontenible que cada ser humano tiene en su propia naturaleza. Pero prefiero dejar de lado “la polémica ideológica” que despertó la película, mi decisión es de disfrutarla y apreciarla por su valor artístico, ya que está claro que Szifrón no tiene la intención de resolver los problemas del Mundo tal como lo hacen los personajes de su obra.
Por último, “Relatos salvajes” es una olla a presión que explota llena de ideas corrosivas, de ingenio visual, de intensidad frenética que por momentos cede dejando lugar a un tipo de humor bien punzante atrapado dentro de una solidez narrativa atípica para lo que es el cine argentino.