El tema es la venganza
Relatos salvajes, la nueva película de Damián Szifrón, reúne seis historias que tienen como eje la violencia contenida en situaciones identificables para los argentinos.
Las poderosas imágenes de la promocionada última película de Damián Szifrón caen literalmente encima del espectador desde la primera de las seis historias de rencor y venganza que propone como una especie de catarsis colectiva del resentimiento nacional.
Hay, o parece haber, una tesis sobre la violencia ya en el diseño mismo de los créditos que aparecen recién entre el primero y el segundo de los episodios. En una secuencia de fotos fijas, se ven distintos animales salvajes: leones, tigres, hienas, elefantes, gorilas, zorros.
No deja de ser una indicación bastante explícita de que existe en los hombres una parte no domesticada que puede emerger en cualquier momento, y no siempre como un ataque de nervios sino también (al menos en dos de los episodios) en la forma de un plan deliberado.
Las recientes declaraciones de Szifrón acerca del problema de la inseguridad en la Argentina podrían generar un malentendido respecto del tema de su película. No es la inseguridad, ni su relación con las distintas clases sociales (aun cuando roce el tema en el episodio "La propuesta"). El tema es la venganza.
Pero no se trata de un estudio en profundidad de ese fenómeno sino un pretexto para narrar una serie de historias contundentes y efectistas, con alguna vuelta de rosca de más, en ciertos casos. Todas están sostenidas por un impactante uso de la cámara y por un conjunto de actuaciones muy sólidas (con Leonardo Sbaraglia, Oscar Martínez y Diego Gentile en el podio).
Cada uno de los seis episodios (titulados "Pasternak", "Las ratas", "El más fuerte", "Bombita", "La propuesta" y "Hasta que la muerte nos separe") parte de situaciones reconocibles y particularmente irritantes para los argentinos, aunque podrían ocurrir en cualquier país más o menos civilizado del planeta.
El mejor de todos es "El más fuerte", en el que dos conductores (uno en un Audi cero kilómetro; otro en un Peugeot 504 destartalado) llevan a sus últimas consecuencias un estúpido altercado en la ruta. La escalada de violencia es mostrada con un verdadero gozo narrativo por el director, el gozo que siente cualquier buen contador de historias, lo que no le impide ser consciente de lo patético de la situación.
Ese patetismo, que tiene algo de ironía del destino o de efecto colateral no previsto, es constante en los seis episodios, aunque no siempre alcanza el mismo grado de concisión y contundencia. En la mayoría, se percibe una tendencia a ganarse la simpatía del espectador mediante la exageración de las reacciones de los personajes y las situaciones que estas desencadenan. Relatos salvajes cuenta todo, y todo, casi siempre, es demasiado.
El problema no es tanto la exageración en sí misma como el efecto acumulativo de relato en relato. Un efecto de saturación y de previsibilidad emocional. No se sabe lo que va ocurrir, pero se sabe la tonalidad de lo que va a ocurrir. Es extraño que un narrador tan eficiente como Szifrón no haya tenido en cuenta ese inconveniente básico de cualquier estructura episódica.
De todos modos, la promesa de emociones fuertes formulada desde el principio nunca es traicionada por esta película que no se propone otra cosa más que contar seis historias brutales, y que cada espectador saque sus propias conclusiones, si es que tiene sentido sacar conclusiones después de salir de un cine.