Cuando el cine argentino entra en la dimensión desconocida
Como para compensar su ausencia de casi una década (Tiempo de valientes es de 2005), Damián Szifron vuelve con una película que, en verdad, son ¡seis! historias sin más vinculación entre ellas que ofrecer en todos los casos una mirada impiadosa, desgarradora y, sí, salvaje (como bien sostiene el propio título del proyecto) sobre la argentinidad al palo, con todas sus miserias, sus contradicciones, su cinismo y su doble moral.
En principio, hay que decir que Szifron contó con los recursos necesarios para desplegar en todas las facetas imaginables su creatividad como guionista, su inventiva visual, su destreza como narrador en un film que encuentra muy escasos antecedentes dentro del cine argentino industrial en cuanto a ambición, riesgo y audacia. La cantidad de figuras convocadas, de locaciones conseguidas y de posibilidades técnicas (incluidos sofisticados efectos visuales) que tuvo a su disposición lo ubican en una dimensión que hasta hace poco parecían imposibles de alcanzar para la producción mainstream local (quizás, en otro registro, Metegol también fue precursora).
Con La dimensión desconocida y Cuentos asombrosos como lejanos pero posibles referentes, Relatos salvajes arranca con un pequeño episodio (Pasternak) incluso previo a los títulos de apertura con Darío Grandinetti en el papel de un crítico de música clásica que, en pleno vuelo y de la manera más inesperada, descubre que todos están a bordo por un motivo en común.
Aquí ya se aprecia una de las constantes de Szifron: el humor negro, negrísimo, que puede alcanzar dosis muy altas de crueldad (la mirada del director hacia sus personajes es una de las cuestiones que seguramente generará más de un cuestionamiento) y hasta irrupciones extremas a puro gore.
La segunda historia (Las ratas) tiene como protagonistas a Julieta Zylberberg y Rita Cortese, como moza y cocinera de un restaurante de un parador de ruta. Allí llega, en medio de una noche de lluvia torrencial, un candidato a intendente (César Bordón) que, en verdad, es un mafioso y usurero que ha tenido a la familia del personaje de Zylberberg como una de sus víctimas ¿Es la oportunidad perfecta de una venganza tardía? Surge aquí otro de los temas recurrentes en este film de Szifron y que está muy a tono con el debate de la Argentina contemporánea: el dilema de la justicia por mano propia.
La tercera entrega (El más fuerte) -probablemente la mejor en cuanto a puesta en escena y capacidad de sorpresa- tiene que ver con la lucha de clases, con los prejuicios sociales más arraigados, los resentimientos, la paranoia, esa violencia contenida que crece y crece hasta explotar de la peor manera con un exponente de clase alta (Leonardo Sbaraglia) en su reluciente Audi 0 KM, que vivirá una verdadera pesadilla en una ruta de Salta.
Otra estrella como Ricardo Darín es el protagonista del cuarto capítulo (Bombita) en el papel de un ingeniero experto en detonaciones y demoliciones. El antihéroe debe llegar a tiempo para el cumpleaños de su hija, pero las cosas no saldrán precisamente como esperaba. A pura tensión, Szifron apela a un esquema cercano a Después de hora, de Martin Scorsese; y con algo del Michael Douglas de Un día de furia para describir la indignación del hombre común frente a un sistema burocrático e insensible en un auténtico descenso a los infiernos.
El penúltimo relato (La propuesta) parece inspirado en varios casos de la crónica periodística reciente, ya que un joven de clase alta atropella a una embarazada causando la muerte de ella y del niño por nacer. Sus padres (Oscar Martínez y María Onetto) llaman de urgencia a su abogado (Osmar Núñez) para planear una salida negociada con el fiscal a cargo haciendo cargo del accidente al jardinero (Germán De Silva). El tráfico de influencias, la corrupción generalizada (incluida la Justicia), la mentira y la codicia son los ejes principales de este tratado moral inquietante, provocativo y perturbador.
El cierre es con Hasta que la muerte nos separe, la historia que ofrece más humor (siempre oscuro, claro) y más recursos con un casamiento judío a todo trapo en el que la novia (Erica Rivas) descubre in situ que su flamante marido (Diego Gentile) la engaña con una de las asistentes al evento. En medio de un ataque de nervios por la infidelidad (esta tragicomedia tiene una fuerte veta almodovariana, así como en varios pasajes afloran referencias a la comedia italiana del estilo Los monstruos, de Dino Risi), la humillada protagonista generará un crescendo de locuras y excesos que transformarán al evento en una fiesta a todas luces inolvidable.
Más allá de que, como quedó dicho, no pocos seguramente atacarán a Szifron por la manera en que mira y hasta juzga a sus atribuladas criaturas, lo cierto es que este talentosísimo director, uno de esos auténticos "animales de cine", logra hacer creíble y disfrutable las situaciones más inverosímiles y delirantes sobre esas personas ordinarias que, llevadas a atravesar situaciones extraordinarias, pueden convertirse en verdaderos monstruos.
De más está decir que las actuaciones son impecables, que el equipo técnico se luce en todos los rubros y que hay aquí más ideas por minuto que en buena parte del cine argentino de los últimos años. La polémica, inevitable, tendrá que ver con la ideología y el tono del retrato de una sociedad en descomposición. A nivel artístico, el resultado es apabullante, fascinante y demoledor.