La novia portaba un celular
Relatos salvajes, la nueva película de Damián Szifrón, que ya hiciera olas en Cannes, llega hoy a las pantallas porteñas con una semana de dilación, producto del paro del sindicato de trabajadores del espectáculo. Un hecho de la vida real como éste les habría bastado a los personajes de Relatos salvajes para descargar su ira contenida, su furia incontrolable, sus ansias de venganza y de justicia
Poco puede decirse acerca de la trama de esta película episódica de Szifrón sin incluir unos cuantos “spoilers”. En efecto, contar de qué la va cada episodio es eliminar, para el lector de una crítica y para cualquier potencial espectador de esta película, un factor indispensable: la sorpresa y la ansiedad por saber con qué se saldrá Szifrón en esta obra maestra. Los personajes de Relatos salvajes, sin excepción, son normales en apariencia pero auténticos borderline en cuanto se enciende una chispa que dispara un rapto de locura… o de salud mental.
En un mundo irreparablemente cruel, injusto, inexplicable y funesto como para desencadenar la ira del más compuesto, el universo que habitan estos personajes está signado por situaciones que exigen, que prometen, que ofrecen la posibilidad de un inevitable descontrol. En este sentido, y también en otros, que sólo el paso del tiempo logrará dilucidar, el de Szifrón es un relato salvaje que conduce al pathos y al bathos simultáneamente. Las criaturas de Szifrón – vulnerables ciudadanos, víctimas sin salida, hijos de puta irredimibles, desesperados en busca de una salida sino digna, al menos catártica – se mueven en un entorno cruel, incontrolable, en el cual el poder lo ejercen casi siempre los otros (salvo, vale aclararlo, por un solo episodio con espantosas reminiscencias de la realidad más criminal y cercana).
Escrita con madurez y destreza por Szifrón mismo, Relatos salvajes es una película redonda, perfecta, de esas que tienen un mecanismo tan aceitado que poco o nada puede objetárseles. Los guiones de cada episodio, aunque suenen previsibles al comienzo, no dan respiro al espectador una vez que los hechos – trágicos, demenciales, desopilantes, o traumáticamente dolorosos – se desencadenan y giran sobre sí mismos con la agilidad de un equilibrista.
Como guionista, Szifrón se muestra, en principio, casi tan descontrolado como sus personajes, pero lo cierto es que él sabe muy bien de qué la va la cosa. Como director de sus propios relatos – que se leen con la misma delectación que una cuidadosa selección de cuentos breves – Szifrón logra, con Relatos salvajes, deshacer la tan mentada suspensión de la credibilidad para que el espectador espere más, y más, y Szifrón cumple en un orden riguroso hasta el clímax final, el episodio de la boda protagonizado por Érica Rivas, la más contundente performer de un elenco envidiable. Cada uno a su manera, los protagonistas de Relatos salvajes (Ricardo Darín, “Bombita”), Oscar Martínez y María Onetto (“La propuesta”), Leonardo Sbaraglia (“El más fuerte”), Rita Cortese y Julieta Zylberberg (“Las ratas”), Darío Grandinetti (“Pasternak”), y la gloriosa Érica Rivas (“Hasta que la muerte nos separe”) logran ese poco frecuente milagro: un ensamblaje perfecto de actuaciones memorables.
En algunas situaciones predominan la ansiedad, la exasperación y la bronca; en otras, la impotencia y la necesidad de venganza; en todas, la sensación inequívoca de que algo está mal y que debe ser corregido con urgencia, con desesperación. Película catártica? Signo de los tiempos? Visión descarnadamente cómica de un mundo dado vuelta? Relatos salvajes es todo eso y mucho más: es prueba irrefutable del poder de observación de un creador de raza como Szifrón, y de su casi inigualable capacidad para plasmar todo eso en dos horas de entretenimiento puro y reflexivo.