La hora de los nuevos monstruos
El esperado film dirigido por Damián Szifron abarca seis historias que no están unidas por la trama, sí por su tópico. Un trabajo eficaz que se asienta en la efectividad de la puesta y un elenco con grandes intérpretes.
Hace seis años el estreno de Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, significó una pequeña revolución en el mundo cinéfilo a partir del abanico casi interminable de relatos de aventuras que tenían como escenario a la provincia de Buenos Aires. Y ahora es el turno de Relatos salvajes, otra película que incursiona en el género con una estructura episódica, que incorpora lo fantástico y el realismo en partes iguales para convertirse en un suceso que excede al cine.
Sin embargo Relatos salvajes es puro cine y del bueno. Con seis historias (hay que aclarar que una es diferente y funciona como prólogo) sin relación entre sí pero unidas por la crispación, el enojo, la venganza y la violencia, Damian Szifron logra una tensión inusual que se sostiene durante toda la película, desde una visión brutal y descarnada del estado del mundo.
Relatos salvajes muestra el lado oscuro de seis personajes que se convierten en monstruos, un camino transitado muchas veces por el cine para retratar anomalías, vidas oscuras y dañinas. Pero Szifron no. Si en el pasado lo monstruoso partía de la excepción, con el tratamiento feroz que le imprime a cada una de las historias –una venganza planeada al detalle, otra que se dispara por la fuerza de las circunstancias, una road movie sangrienta en el medio de la nada, una antológica fiesta de casamiento, un estallido de furia urbano, y el poder del dinero para tapar cualquier cosa–, Szifron trabaja sobre la idea de la bestia que vive en el interior de casi todos y que está allí, rascando apenas la superficie.
Anclada fuertemente en la época, la película del director de Tiempo de valientes y El fondo del mar habla de la opresión de un sistema que enloquece a todos, pero también determina cómo reacciona cada individuo de acuerdo al lugar que ocupa en la sociedad. Sin entrar en detalles que revelen la trama, cada uno de los cuentitos que van apareciendo en la pantalla tienen su sentido, su razón de ser, cuando llega la resolución desde la liberación, entendiéndose por liberación al estallido, el golpe, la puñalada, el reaccionar sin meditar las consecuencias. El rojo embriagador de la furia.
La efectividad de Relatos salvajes está más allá de toda duda y en buena parte se asienta en la espectacularidad de la puesta y un elenco con buenos intérpretes donde se destacan Oscar Martínez, Erica Rivas y los menos conocidos Germán de Silva (Las acacias, Marea baja) y Walter Donado (El perro).
Pero una vez que pasa el entusiasmo inicial, hay que detenerse cuando las disonancias y alarmas que atraviesan el relato en su conjunto se enhebran y más allá de la superficie brillante, muestran que la molestia se asienta en el trazo grueso, la búsqueda del efecto dramático sin sutilezas.
Sin embargo, más allá de estos recursos y simplificaciones destinados a una especie de tribuna que exige resultados a cualquier precio, Relatos salvajes es una gran película y de ahora en más, un ejemplo ineludible a la hora del hablar del mejor cine industrial. Argentino o de cualquier parte.