"Una fiera que espera salir"
Te quedás maquinando, digámoslo coloquialmente. El planteo es claro y universal: todos podemos perder el control; todos tenemos una fiera que espera salir. Lo salvaje habita en nuestra naturaleza y estos relatos ilustran esta condición a la perfección, pero la pregunta de fondo es cómo algo en apariencia tan obvio se calza el traje de la grandeza (que, digámoslo también, le queda de pelos). Ahí es donde uno entiende que Damián Szifrón, aunque sin estrenar un film durante largo rato, ha estado encima del panorama del cine nacional y su proyección/crecimiento como pocos realizadores pueden jactarse de hacerlo. No olvidemos en esta ecuación que Damián es un hombre comercial; un artista, claro, pero un entretenedor de grandes públicos también.
Desde este señalamiento, el casting de “Relatos salvajes” es un trabajo milimétrico que va de las figuras que mejor entienden la cámara (qué interesante hubiese sido verlo a Francella aquí) hasta nombres clave del panorama independiente reciente (poner a Germán De Silva como casero no es arbitrario). Todos precisos, todos concentrados (con esto último me refiero a que están focalizados en su trabajo, pero también lo digo porque la película delimita muy bien el tiempo y el espacio de cada relato, logrando una tensión sostenida en todo el metraje).
Dos comentarios actorales que se me hace imposible dejar pasar. 1-Quizá Erica Rivas sea de las pocas actrices –si es que no es la única- nuestras que pueden sostener “cine” sin desbordarse en una escena de alta intensidad emocional que la filma en primer plano. Ojo, que cuando el plano se abre y se vuelve general hay una libertad de la cual se podría aprovechar, pero Erica jamás se confía. 2-Ricardo Darín está entre los pocos actores que pueden “comentar” con un leve movimiento de cabeza algo dicho por otra actriz sin que parezca un gesto de más o sencillamente una acción mal actuada.
Sí, el mejor relato es el de Darín (espero que quede claro que no es mi intención contarles absolutamente nada sobre lo que sucede en la película), pero no porque él sea un gran actor, sino porque es el que toca más puntas, permite mayor juego audiovisual (el uso, en diálogo y forma, de las redes sociales, es un encanto), despierta más lecturas y tiene muchos climas de género, que es algo que Szifrón adora y maneja a la perfección.
Del párrafo anterior la palabra clave es “juego”. El director conoce el lenguaje cinematográfico y juega con él sin respiro. No es en todas las críticas que uno puede escribir que se imagina al director disfrutando plenamente de la realización de su obra. Y cuidado, porque es este mismo juego el que habilita un toque de exageración. En este sentido, y para no ser ajeno a la polémica, seamos inteligentes a la hora de comparar el clima de “Relatos Salvajes” con la situación del país. Lo dijo Szifrón en la conferencia de prensa: la ‘crispación’ es algo que siempre está. En todo caso, el tono disparatado de la película hace crecer la violencia, ayudando a reflejar algo que ya sabemos y que reflexionaremos como tantas otras veces, ni más ni menos.
Estamos yendo a ver cuentitos. Cuentitos coreografiados (la puesta en escena es obsesiva en cada uno, pero el relato de Sbaraglia gana la partida porque se desarrolla al aire libre y aún así el director encuadra como mostrando una fábula), cuentitos violentos. Lo del cuento sostiene también la no especificación de lugar…un restaurante, un avión, una carretera, un salón, una casa. Ahora sí lo que siempre planteo. Ahora sí estamos en Argentina pero no; no es lo importante: y “Relatos Salvajes” se sitúa en una tierra de nadie maravillosa y está perfectamente justificado. Y también hay género(s). Es un rejunte pero bien diagramado de un director que sabe lo que quiere, que puede hacer seis cortos distintos, que no están conectados, que podrían ser más breves o más largos, que se van de tema, que son desmedidos; y que acaban volviéndose película. Y no le podemos reprochar nada. Ni un “pero” le podemos decir. “Relatos Salvajes” es de todos, y todos la van a poder ver.