Aplastante y excepcional
Provocativo antes que provocador, Damián Szifron pinta a la sociedad argentina con humor y violencia.
Un cineasta es alguien que piensa, sueña y habla en términos de cine. Damián Szifron es un cineasta como Hitchcock, como Spielberg, como Scorsese. Bastarían charlar tres minutos con él para advertirlo, pero mejor es ver el resultado de lo que pasa por la cabeza de este animal de cine, y que en Relatos salvajes llega a su expresión más acabada, aplastante y abrumadora a la vez, mucho más que en El fondo del mar o Tiempo de valientes.
Szifron es un creador, dueño de una inventiva audiovisual apabullante, que hace que cada una de las historias se sigan -se disfruten, bah- como en una montaña rusa.
El asunto, lo que lo hace más adrenalínico aún, es que nunca se sabe cuándo el carrito va a pegar una vuelta de golpe, o va a llegar el descenso en velocidad más espeluznante.
Y se ha dicho desde su presentación en mayo en la competencia en el Festival de Cannes que los personajes -todos los personajes- de Relatos salvajes son seres más o menos comunes que se ven expuestos a situaciones que los desconciertan. Circunstancias que ciertamente son más fuertes de lo que ellos pueden aceptar. Y actúan en consecuencia. Como pueden. A veces, sólo a veces, sin medir los efectos.
La mirada de Szifron es para nada condescendiente. Y disculpen, pero contar de qué va cada uno de los episodios le quita el plus, el juguito intrínseco a cada historia.
Narrativamente, Szifron estructura cada cuento como el viejo y querido relato -presentación, desarrollo y desenlace, este último con giros totalmente inesperados, para los protagonistas como para el público-. Y el espectador atento notará que nada está hecho por que sí. Que Szifron opta, cuando puede, por cerrar y abrir cada relato con un fundido a negro (observen cómo abre y cierra Bombita, el corto de Ricardo Darín).
Con el tiempo a Relatos salvajes se la verá como al Tiempo de revancha de Aristarain. La película en seis episodios refleja la idiosincrasia argentina, es un espejo de la sociedad nacional hoy, desprotegida, con lucha de clases, corrupción generalizada y varios etcétera.
La suma de los factores sorpresa y humor -negro, negrísimo- hace que cada relato sea tragicómico, a excepción, claramente, del quinto, La propuesta, con Oscar Martínez, el más duro de todos.
Szifron es provocativo antes que un provocador. Un maestro en crear tensiones, y desatarlas, en jugar con los temores del espectador al enfrentarlo a estos personajes y situaciones. ¿Qué haría uno si le pasara lo que al automovilista en la ruta de Salta (El más fuerte)? ¿Salvaría como fuera a un hijo de ir a la cárcel? ¿Cuáles son nuestros límites morales?
Porque aquí hay personajes con doble moral, como corderitos. Y otros que van de frente.¿Qué les pasa a los protagonistas de Relatos salvajes? Lo inesperado, lo cruel; se encuentran con la violencia que halla una vía de escape; la indignación, el sentirse solo ante el mundo, y que lo pisoteen, que se le rían en la cara. O se preguntan cómo escapar de una situación apremiante. El filme habla también de la justicia por mano propia, o al menos hay personajes que intentan enmendar las cosas cuando la justicia -no la divina-, no aparece. No es que tarde en llegar. No llega nunca.
Hay cortos más tribuneros que otros (Bombita, por caso), en los que uno puede sentirse más identificado. Y unos con más humor que otros, o más de género -El más fuerte-, después del gran aperitivo que es Pasternak (con Darío Grandinetti), aún antes de los títulos. No importa. El nivel de las actuaciones -los secundarios de Bombita son todos sencillamente para la mesita de luz-, y la música, la cámara y la fotografía, los efectos especiales, todo está unido en la construcción de la mejor película argentina que combina arte y cine comercial en muchísimos años.