Primero fue Raúl Perrone, luego José Celestino Campusano y, desde hace algún tiempo, César González. Más allá de sus diferencias generacionales, temáticas y estilísticas, los tres han forjado prolíficas filmografías desde el conurbano profundo y se convirtieron en referentes de muchos programadores y algunos críticos por hacer un cine distinto desde las periferias y en varios casos incluso por fuera de la centralidad porteña y los subsidios del INCAA.
En el caso de César González, el más joven de los tres, se escribieron muchos ensayos sobre su “poética” en historias ambientadas en barrios populares y se lo puso como ejemplo frente a un cine supuestamente adocenado y previsible que se estaría haciendo desde el establishment industrial.
En ese sentido, Reloj, soledad surge como la película más clásica de todas las que he visto de este director. Construida en colaboración directa con la magnética protagonista Nadine Cifre, quien figura también como coguionista, coeditora y coproductora, narra la historia de una joven que vive sola y en condiciones bastante precarias en el sur del conurbano bonaerense. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus vecinos, ella tiene un empleo en blanco como empleada de limpieza en una enorme imprenta.
La cámara de González -Atenas (2019), Lluvia de jaulas (2020) y Castillo y sol (2020)- no abandona ni un instante y sigue siempre de cerca a esta chica de pelo con toques celestes y verdes, desde su cotidianeidad hogareña donde a veces falta hasta el agua hasta sus largos viajes en colectivo a la fábrica que lidera Mario (Edgardo Castro). Y justamente en la oficina de su jefe ella encontrará y se robará un costoso reloj, que terminará con una compañera de limpieza perdiendo su puesto.
Y allí comienzan las (nuevas) penurias de nuestra antiheroína, dominada por la culpa y amenazada por un contexto cada vez más hostil, que la llevará a buscar refugio en lo de su madre (Erica Rivas). La historia -que tiene elementos que remiten al cine del citado Campusano y al de los hermanos Dardenne- es, como quedó dicho, algo convencional, pero lo que hace de Reloj, soledad una película por momentos fascinante son los detalles, las pequeñas observaciones: el ominoso Riachuelo, los carros a caballo, Un poco de amor francés de los Redondos sonando en un bar y esos micro (y no tan micro) machismos que condicionan el día a día de una joven que busca un camino de independencia entre tentaciones y obstáculos.